El valor del tiempo

Xose Carlos Caneiro
xosé carlos caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

21 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi amigo Jorge Cañaveral, argentino hincha del Lanús, se me ha puesto a pensar sobre una cuestión que a mí se me había ido de las entendederas. Y me he abatido. Yo le hablaba de mis niñas, o de esa generación que va a perder un año de sus vidas y sus estudios y alegrías. Quietos todos en casa sin poder viajar a ampliar estudios, aquellos que terminaron sus carreras el pasado año, o soportando unas clases que ya no son las de antes. Uno se queja ya de cualquier cosa. Mi amigo Jorge se aposentó en la silla el primer día que nos vimos después de mucho tiempo. Me miró con los ojos más tristes que de costumbre. No dijo nada. Yo le conté que había hablado con su hijo Ramiro, un doctor brillante, especializado en enfermedades infecciosas que está ejerciendo en el hospital de Granada. 

Ramiro dice que hemos llegado tarde a la pandemia, que todo lo que se hizo tenía que haberse hecho antes y me cuenta lo que ya me había contado Juan Gestal, eminente catedrático, que las cosas pudieron hacerse mucho mejor. Jorge me escucha, pero no pronuncia palabra. Yo vuelvo a quejarme del año que pierden los chavales. Toma un trago del vino compartido y habla. Por fin, dije para mis adentros, ya sería casualidad que mi ingenioso y parlanchín amigo callase en nuestro reencuentro. «¿Vós sabés los que en verdad estamos perdidos con esta vaina, poeta?», me pregunta. Y continúa, taxativo: «Nosotros».

Se refiere a los que ya andamos más en los sesenta que en los cincuenta, que hemos conseguido una cierta tranquilidad y un modo de sustento, serenos y ansiosos por poder compartir -más sabios que cuando nos conocimos- las cosas buenas de la vida. «A nosotros, aparte de los que ha herido la enfermedad y sus familias, es a los que también ha hundido el bicho».

Tiene razón mi querido y viejo amigo: nos han quitado el tiempo. Y ya no podremos recuperarlo jamás. Los chavales tienen el futuro. Todo volverá a ser como antes para ellos. Para nosotros, tal vez no.

Su tristeza es la mía. Su pesimismo, también. Esta maldita enfermedad no solo nos ha carcomido la salud, la economía y los adentros, sino que nos ha robado tiempo. El tiempo. Qué poco reflexionamos sobre él y, ciertamente, es la condición que va circundando nuestra vida. Los acaudalados cambiarían su dinero por el tiempo. Pero el tiempo no se doblega ante nada y ante nadie. Era nuestra pequeña caja fuerte. Nuestro valor. Hace un año lo disfrutábamos con algarabía, con nuestras cargas, pero también con nuestras ilusiones. Ahora, a los sesentones, y de ahí para arriba, nos han quitado las horas y hasta los abrazos. Comprenderán, entonces, mi abatimiento.