
Los fríos, el granizo, las nieves, esa vieja conocida que es la lluvia pertinaz y obsesiva, las heladas heladoras, las noches oscuras y la oscuridad de las noches. Ya es invierno.
Pero pronto será la fiesta de la luz que precede al solsticio de invierno y Santa Lucía ceñirá en torno a la cabeza de las adolescentes suecas una diadema luminosa con velas encendidas, mientras los jóvenes reparten lussejkatter, que son bollos de harina con azafrán, y los días comienzan a crecer al alba de la siguiente jornada «a pisada dunha galiña», en popular sentencia gallega.
Y el caminante encuentra posada y se detiene a descansar plácidamente en las lecturas de Mishima, que describe la belleza del invierno en Nieve de Primavera, o de Paul Auster, que dejó el frío y la nieve escritos en su Diario de Invierno.