Sobre una plegaria matutina

Doktor Pseudonimus

OPINIÓN

31 oct 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

A mediados de los años cuarenta, el nacional catolicismo carpetovetónico ejercía, casi sin fisuras, su hegemonía cultural en toda España. En ese ambiente cultural algunos eclesiásticos propusieron que tanto la persona como toda la obra de D. José Ortega y Gasset fuese incluida en el Index librorum prohibitorum. No lo consiguieron. Pero cuando Ortega se murió difundieron la falsedad de que había fallecido besando un crucifijo. Una estrategia que dio razón a lo que el propio Ortega había escrito años antes: “en España es difícil incluso morirse”.

Para la gente pseudoculta, bien pensante y sobre todo bien “situada”, el pecado capital de Ortega era ser ateo. Y es ahí donde radica la gran paradoja. Para expresarla me voy a permitir rescatar una experiencia personal. Octubre de 1946. Yo tenía dieciséis años. A las nueve en punto de la mañana sobre unas mesas de mármol nos esperaba un cadáver más o menos troceado. La disección anatómica era un ritual tan inútil como deprimente. Un ser humano convertido en una cosa. En la que el espíritu se había evaporado hacia nadie sabía donde. La crisis anímica y espiritual fue una consecuencia inevitable. Y ahora llega ya la paradoja. Porque la salida de esa crisis fue posible sobre todo por la lectura de un ateo, aunque atento al gran tema de la divinidad. Como muestra ahí les van dos párrafos de Ortega. El primero se titula Dios a la vista. «Hay épocas de odium Dei, de gran fuga lejos de lo divino, en que esta enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje, y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!». Y en un segundo párrafo es donde aparece la expresión que da título a este zaguán. «Hay en el afán de comprender concentrada toda una actitud religiosa. Y por mi parte, he de confesar que a la mañana cuando me levanto recito una brevísima plegaria vieja de miles de años, un versillo del Rig-Veda, que contiene estas pocas palabras aladas: Señor despiértanos alegres y danos conocimiento». En el Evangelio según San Juan se dice que el espíritu sopla donde quiere. Pero hay que estar dispuesto a recibirlo. Y ya como punto final ahí les va un consejo. Cada mañana mientras se duchan o se limpian los dientes no se olviden de recitar esa breve y consoladora plegaria: Señor, despiértanos alegres y danos conocimiento.