La trampa saducea de Vox

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

R.Rubio.POOL

22 oct 2020 . Actualizado a las 08:45 h.

Vox le tendió una trampa saducea al PP: o conmigo, como en la foto de Colón pero esta vez a remolque, o con Sánchez y su Gobierno socialcomunista. Solo hay una manera de salir indemne de una trampa saducea: ante una pregunta capciosa -¿quieres más a mamá o a papá?- dar la callada por respuesta. Fue lo que hizo Torcuato Fernández-Miranda, el taimado cerebro de la Transición, acuciado por los procuradores franquistas: «No caeré en la trampa saducea de decir o no al asociacionismo político, porque de ese modo no se esclarecerá el tema». Pero esa opción, el ni contigo ni sin ti, no está disponible para el PP. La moción de censura le obliga a pronunciarse: la apoya o no la apoya.

Algunos defienden la abstención como fórmula para soslayar la trampa. Un voto que concuerda aparentemente con las palabras de Casado: «La moción no me importa nada». Craso error. El intento de salir por la tangente siempre se interpreta torticeramente. Puede ocurrirte lo mismo que al arzobispo de Canterbury, quien, según dicen, fue recibido en los muelles de Nueva York con la pregunta saducea de un periodista: «¿Aprueba su eminencia que haya tantos prostíbulos en Manhattan?». El prelado, sorprendido, preguntó a su vez: «¿Pero realmente hay tantos?». El periódico -ay, la canallesca- tituló al día siguiente: «El arzobispo de Canterbury pregunta al llegar si hay muchos prostíbulos en Manhattan».

La trampa la tendió Vox, pero Pablo Casado, con su asunción de la letra y la música de la ultraderecha, le ayudó a montarla. Decidió reencarnarse en Albert Rivera y a Santiago Abascal le bastó con colocar el cebo: una moción de propaganda para autoproclamarse líder de la derecha. El queso de la ratonera.

Atrapado por el anuncio de la moción, Casado dijo de inmediato que el PP no la apoyaría, aunque justificó su postura con un argumento falaz: no tiene ninguna posibilidad de triunfar y no hace más que reforzar al Gobierno. Lo que suscita en los tendidos una duda inquietante: entonces, si la moción tuviese alguna posibilidad de prosperar, ¿contaría Abascal con el apoyo del PP para ser investido presidente en el día de hoy?

Descartado el voto favorable, Casado cometió a continuación un error táctico: no aclarar hasta el momento decisivo si se abstendrá o votará en contra. Prolongar el suspense significa desconcierto, no saber qué hacer ni dónde ubicarse, el peor baldón para un partido que aspira a gobernar de nuevo. La moción divide a la derecha, ya cuarteada tras el divorcio de Ciudadanos, y la indecisión del PP agranda las grietas en el partido, donde los más abogan por el voto negativo, otros apuestan por la abstención y no faltan quienes desean arropar a Vox. El interés del debate queda así monopolizado por la posición que adopte Casado. Todo lo demás, los discursos, la bronca y el voto cantado de cada grupo, es superfluo por previsible. El PP cayó en la trampa saducea que ayudó a montar y hoy decide si cae de bruces o de costado. Si se empeña en seguir la estela de Vox o si decide reconducir el rumbo.