Lo que a mí realmente me asombra no son las patochadas de Trump, que se comporta como un niño maleducado y consentido de doce años que se queda solo en casa. Lo que me asombra es que en Estados Unidos viven sesenta y tres millones de personas que lo votaron en el año 2016. Parece que ahora serán algunos menos, pero no muchos. Seguirán siendo millones los que aplaudan sus irresponsabilidades. Y uno se da cuenta de que es verdad que los gobernantes nos representan, a nuestro pesar. Aquí, en España, tenemos estos días el impulso de meter a todos los diputados en un trasatlántico y enviarlos a lejanas islas de Pacífico, a las Marianas, por ejemplo, donde tenemos algunas propiedades pendientes de reclamar. Pero cuando abrimos Twitter nos damos cuenta que fluye una intensa mar de fondo mucho más iracunda, una lucha sin cuartel, donde cualquier idea por brillante o por necia que sea tiene defensores y, en general, muchos, muchísimos detractores. Enemigos de la idea, de la persona y de los que la apoyan. Un pueblo enemigo de sí mismo. Y esto tiene un tufo de Larra y de Cadalso, pero sobre todo de la generación del 98. Baroja, el pobre Ganivet. España estuvo mucho peor que ahora en el siglo XIX. Entonces se perdían los territorios de ultramar -Puerto Rico, Cuba, Filipinas-, pero eran territorios gangrenados. En Cuba por el fusilamiento en 1871 de los ocho estudiantes de medicina. En Filipinas por el del médico y poeta José Rizal en 1896. Fueron tiempos muy malos, sí. Pero consuelo de tontos.