Cuando alguien habla de la muerte, si entabla el diálogo desde el miedo, se sentirá superado por la situación. «Irse» forma parte de la vida, y la vida hay que disfrutarla sin más. Pero uno no se va para el otro barrio cuando quiere, si no cuando le toca. Mientras llega ese momento, elegir el camino más triste significa convertirse en un zombi. Como lo son todas esas miles de empresas en ERTE que ven su futuro nublado porque los responsables públicos no les hablan claro; zombi es aquel pequeño taller de coches que el señor García -pongamos de ejemplo- está dispuesto a montar pero que no es capaz porque todo el papeleo en las ventanillas públicas se hace interminable al no haber interlocutores (ni con cita previa), y zombi es aquel que busca trabajo después de haber perdido todos sus ahorros en el montaje de una pequeña tecnológica que se quedó por el camino sin que a nadie le importase su trabajo. En medio del mundo zombi está la Administración, que debe velar por el interés general siendo eficaz, productiva y organizando sus recursos. Si lo hiciese a todos nos iría mejor. También a los zombis.