Incendio en Moria

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

ELIAS MARCOU | Reuters

14 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Si las semanas de confinamiento han supuesto un enorme peaje físico, emocional y económico para la mayoría de nosotros que tuvimos la fortuna de poder pasarlas en nuestros hogares, imagínense lo que implica tener que sufrirlo en un campamento de refugiados atestado de personas, sin medios sanitarios, sin electricidad ni agua corriente y rodeados de extraños. Si un encierro de semanas como el que vivimos, cómodamente instalados en nuestros salones, nuestras cocinas o nuestros dormitorios, pudiendo disfrutar de todo tipo de entretenimientos aun estando aislados y separados de nuestros seres queridos y amigos nos causó ansiedad y otro tipo de malestares físicos y mentales, imagínense lo que llevan sufriendo las decenas de miles de refugiados que han abandonado a muchos de sus seres queridos, su hogar, su trabajo, su país para salvar su vida o en busca de un futuro mejor. Seres humanos que permanecen encerrados sin haber cometido otro delito que huir de la muerte.

Como los refugiados del campamento de Moria en la isla griega de Lesbos que ocupan las cabeceras de los medios por el terrible incendio que lo ha convertido en cenizas. Aunque las cifras varían según la fuente, este infame lugar pensado para acoger entre 2.000 y 3.000 refugiados llegó a retener a más de 20.000. El 75 % de estos refugiados provienen de Afganistán, el resto de Siria, Irak y otros estados fallidos. Viven hacinadas más de 8 personas por tienda o contenedor, las duchas son compartidas por más de 200 personas y tienen que aguardar horas en una cola para recibir alimentos. Imposible evitar la propagación, salvo cerrar el campamento a cal y canto, lo que agravó el infierno de este lugar. Solo hizo falta la chispa por el aislamiento de 25 infectados por el covid? 19 para hacerlo estallar en llamas. Y, ahora, todos están fuera, y con ellos también el virus.

El Gobierno griego ha procedido a trasladar al continente a los 400 menores no acompañados, pero el resto seguirá esperando, ahora sin ni siquiera una mísera tela sobre sus cabezas, a que su caso sea estudiado con muy poca generosidad para, probablemente, acabar en deportación. Una pesadilla para Atenas en un momento de crisis económica y social, un horror para ellos, que aguardan un destino aún más incierto que el que dejaron atrás.