La pipa

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

Mariscal

18 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Pertrechado de arriba abajo con mascarilla, hidrogel y medalla de la Virgen del Perpetuo Socorro, desplegué el Google Maps para localizar los locales que contaban con terrazas inexpugnables en mi lugar de veraneo. Una vez localizado el objetivo, me dirigí hacia él dispuesto a tomar un café a salvo de enemigos visibles e invisibles.

El local estaba franco de ría y solo había un señor de edad leyendo el periódico, tomándose un coñac y fumando una pipa. Quedé pasmado -como los gatitos cuando mamá gata les coge por el pescuezo para transportarlos a un lugar seguro-, la escena me regresó al único lugar así de que disponemos: la infancia y la adolescencia.

Tres pequeños detalles antaño cotidianos y hoy afectados en esta hipermodernidad acelerada y contagiosa que habitamos. Por un lado el periódico de papel, que ha sufrido las embestidas de la crisis.

También los bebedores de coñac son una especie a extinguir que habitaban en el pasado, será porque los espirituosos -eau de vie, les llaman los franceses- rindieron su perfil cálido, lento, olfativo y de conversación pausada al trago frío, rápido y bullanguero de los combinados de moda. Reflejo fiel de dos formas diferentes de vivir.

Y el embriagador aroma de una pipa bien encendida conforme al ritual ancestral que hoy solo se encuentra en libros antiguos. En mi adolescencia casi todos intentamos fumar en pipa, aunque pocos fueron los que consiguieron la maestría necesaria como para ser un auténtico fumador de pipa. Fumar en pipa era algo exclusivo de la gente adulta, intelectual, madura y elegante, por eso la mayoría fracasamos en el intento. Fumar en pipa te transformaba en lo que no eras, en lo que Magritte expresaba en su cuadro: «Esto no es una pipa».