«Es peor que la Gürtel» dice el abogado de Podemos que denunció al partido por presuntas irregularidades en la financiación del mismo. Poco importa que las tropelías sean mayores en una u otra trama. El caso es que la formación podemita ya no puede ir por el mundo adelante abanderando la causa de la honestidad. Ya están bajo la lupa de la justicia, y en varios frentes.
Qué lejos quedan aquellos tiempos en los que Pablo Iglesias limitaba su discurso a dejar claro que los otros eran todos unos trileros y que la honradez era patrimonio de la formación que él lidera con puño de hierro.
Por entonces, anteayer como quien dice, defendía la tesis de que nadie de su partido debería ganar más que un español de a pie, y le parecería un insulto que alguien le insinuara que acabaría adquiriendo un chalet de lujo en una zona exclusiva de Madrid.
Igualmente se hubiese querellado contra el calumniador que le echase en cara que, llegado el caso de poder hacerlo, nombrara ministra a su mujer desde su privilegiada posición de vicepresidente segundo del Gobierno.
También pondría el grito en el cielo si se le vaticinara que podría llegar a acceder y retener una tarjeta telefónica de una correligionaria tras haberse presentado una denuncia presuntamente falsa. Y es que, este hombre, últimamente, no hace más que meter la pata y resguardarse en su particular caverna para no tener que dar explicaciones.
Ya lo dice su amigo Monedero: «Iglesias saldrá cuando las aguas se calmen». A pesar de que su táctica es pedir aclaraciones a sus rivales desde el primer día en que son cuestionados.
Pero, sinceramente, la culpa no es de él. Con su populismo barato solo engañó a quienes se dejaron engañar. La culpa es de quien, tras tanto escándalo, lo mantiene en tan privilegiado cargo pese a liderar la cuarta fuerza política del país. Cuando dé explicaciones de tanto chanchullo, que acabará dándolas cuando le convenga, se limitará a disertar sobre el sexo de los ángeles. De un tiempo a esta parte carece de argumentos más sólidos.