En las orillas del Sil

Xose Carlos Caneiro
Xosé Carlos Caneiro EL EQUILIBRISTA

OPINIÓN

LOLITA VAZQUEZ

10 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado 28 de julio, en las proximidades de Sobradelo (Ourense), descarriló un tren de mercancías. Bajo la vía nadaba el caudaloso Sil, que es río humilde pero ufano, al que los ourensanos mucho queremos. Por decirlo de algún modo, es un río entrañable. Y bello. Tanto que forma parte de cañones tan hermosos que vulneran todo entendimiento. Stendhal, en su viaje a Florencia, describió perfectamente la sensación que embarga al que contempla lo sublime. ADIF, presidido por la gallega Isabel Pardo de Vera, y dependiente del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana dirigido por José Luis Ábalos, arrojó al Sil dos de esos vagones descarrilados. ADIF, que habla como uno de los entes de Lovecraft, dijo que los vagones estaban vacíos. Menos mal. Pero yo de inmediato pensé en la nevera de aquel andaluz, de Almería por más señas, que se grabó a sí mismo hace un año. Era trabajador de una empresa de residuos y quiso hacer la gracia de lanzar una nevera, vacía como los vagones, por un barranco. Lo despidieron inmediatamente y se enfrentó a una multa de 45.000 euros (la Xunta le ha impuesto 35.000 a ADIF). Después del andaluz seguí con mis ensoñaciones veraniegas. Entonces vino a mi cabeza qué sucedería si el presidente del Gobierno fuese Rajoy, y no Sánchez. Cuántas manifestaciones se hubiesen organizado, cuántas declaraciones de unos y otros pidiendo la dimisión del ministro como poco, cuántas fotografías se hubiesen realizado los líderes de la oposición a orillas de nuestro Sil. Y agosto, que no da tregua, me llevó a pensar también qué sucedería si en lugar del Sil, el río fuese el Ter, que pasa por Gerona. Quizá tres o cuatro ministros acudirían a pedir disculpas (con foto y tuit en Instagram y Facebook incluidos). La ministra de Transición Ecológica sería la primera. Y Ábalos, el segundo. No faltarían Irene Montero y el vicepresidente, por lo menos. Aquí no ha venido nadie. Para qué, somos gallegos.

Las ensoñaciones me llevaron al cabreo. Y el cabreo a esta columna que escribo preguntándome dónde están mis colegas intelectuales defensores o fundadores del ecologismo en Galicia. Dónde el movimiento social que debía transparentarse después de un acto tan atroz como el descrito: dos vagones arrojados a un río por orden de la autoridad competente. Es la doble vara de medir que hace años denuncio. Es la superioridad moral de la izquierda en estado puro. Lo hacen porque pueden. Porque están por encima del bien y del mal. En las orillas del Sil lo hemos comprobado y visto y sufrido. Otra vez.