Sueños rotos

Yashmina Shawki
Yashmina Shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

04 ago 2020 . Actualizado a las 09:48 h.

Realmente debió quedarse muy satisfecho, tanto que, después del esfuerzo físico, se sentó para beber una taza de té y fumarse un cigarrillo mientras observaba su cuerpo. No, no piensen los lectores que estoy narrando la típica escena posterior a la práctica del sexo, ni mucho menos. Lamentablemente, esta descripción se corresponde a una grabación de lo acontecido en un barrio de Amán hace unos días, en pleno covid?19: un padre sexagenario persiguiendo a su hija de 30 años hasta la calle, donde la asesinó golpeándola con un bloque de cemento. La víctima, Ahlam -cuyo nombre en árabe significa sueños- imploró la ayuda de su madre quien, al igual que el resto de familiares y vecinos, no hizo absolutamente nada para impedir su brutal asesinato. Un asesinato al que se ha calificado de «crimen de honor», cajón de sastre para todas las agresiones que se cometen contra una mujer en aras de la protección de su «buen nombre» y el de su familia y que, normalmente, resultan impunes o casi.

Pero, ¿qué pudo haber hecho Ahlam para merecer semejante castigo? Cualquier cosa. Desde no llevar el velo hasta sonreír a un desconocido en la calle, desde rechazar un matrimonio concertado hasta ocultar un teléfono móvil, o lo más probable, mantener relaciones, fueran o no carnales, con un hombre sin estar casada con él.

Tan horrendo crimen ha vuelto a abrir el debate sobre la laxitud con la que la ley jordana contempla la violencia contra las mujeres, algo por otra parte, común en Oriente Próximo. El artículo 98 de su Código Penal permite la reducción de la pena cuando quien comete un delito lo hace en un «estado de gran furia como resultado de un acto ilegal y peligroso por parte de la víctima». No requiere un descubrimiento flagrante ni ningún otro estándar de evidencia de indiscreción femenina; sin embargo, permite reducir la pena de muerte por asesinato a un año de prisión. Una pena insultante por haber acabado con la vida y los sueños de una joven de 30 años y que, ni de lejos, castiga a los culpables ni disuade a los potenciales asesinos, y que lleva años siendo objeto de condena por una sociedad cada vez más harta de tradiciones inhumanas.