La pérdida durante el embarazo

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

ISTOCK

31 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El modo en el que una mujer que desea ser madre vive la interrupción involuntaria de su embarazo es siempre singular. Lo es porque, aunque todas las mujeres en esa situación tienen en común el deseo de tener un hijo, lo que conforma ese deseo es único e irrepetible. Es único e irrepetible también en cada nuevo embarazo.

El deseo de ser madre, o padre, lleva siempre las marcas de lo que hemos sido como hijos, moviliza nuestra interpretación del deseo que nos convocó a este mundo, y de la historia familiar y personal. Nunca es un deseo puro y anónimo, y mejor que no sea así. En un hijo se depositan esperanzas, ilusiones y deseos insatisfechos. En definitiva, todo hijo deseado viene al lugar de una falta.

Es por esto que un hijo tiene una existencia simbólica que antecede a su nacimiento real. Un niño existe desde el momento en que se piensa en él, o se habla de él. Aquí sería de aplicación el primer versículo del Evangelio de Juan: «En el principio era el verbo…». El primer nacimiento es en el lenguaje, en el discurso en el que se es alojado y nombrado. El nombre propio, normalmente como signo del ideal de los padres, antecede a cualquier inscripción civil.

Si lo que acabamos de decir podría ser de aplicación tanto para un futuro padre como para una mujer embarazada, en el embarazo está implicado también el cuerpo, lo que hace que la experiencia de la maternidad biológica tenga una dimensión que enlaza lo simbólico con la conexión y transformación corporal.

Cuando durante el embarazo se produce la pérdida del hijo esperado, el duelo es inevitable. Es el duelo por la pérdida de lo que ese hijo venía a colmar, por el lugar que ya tenía, y cuyo vacío ya nada podrá llenar, ni siquiera el nacimiento de otro hijo.

Los seres humanos tendemos a hacernos culpables de las desgracias que nos trae la vida. Nos hacemos culpables de aquello de lo que nadie nos culparía. Por eso, muchas mujeres que han visto interrumpido su embarazo, por causas totalmente ajenas a su cuidado, se mueven entre el duelo y la culpabilidad. Ante la fatalidad, pueden surgir auto reproches amparados en recuerdos de cuestiones banales pero que, ante el infortunio, cobran una relevancia excesiva y obsesiva.

La ausencia de explicación, unida a lo insoportable de la pérdida, puede conducir a forzar un sentido desde lo peor: interpretando lo ocurrido como un castigo o un destino.