Ozymandias

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

STEPHANIE LECOCQ | Efe

31 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes: ¡Contemplad mis obras, oh poderosos, y desesperad!». Son versos de Percy Bysshe Shelley que estos tiempos oscuros podrían estar dedicados a aquellos que miran las normas del confinamiento por encima del hombro. Ahí está el príncipe Joaquín de Bélgica, disfrutando de una fiesta en Córdoba y compartiendo su positivo con unas treinta personas, como si el covid fuera una inconveniencia del vulgo y la aristocracia disfrutara de inmunidad frente al virus y la ley. Y ahí está Dominic Cummings, con sus pecados a la vista. El hombre que accionó la palanca del brexit desde las sombras de las redes sociales no pudo aguantarse en casa. Lógico. Saltó a la arena pública como asesor de Boris Johnson. Tenía que demostrarle a todos que él era el Dios creador que había prendido la chispa de ese nuevo mundo, el mago que hizo desaparecer el suelo firme bajo los pies de millones de personas. Se movía a sus anchas entre bambalinas, en las sombras donde descansa el algoritmo. Pero no pudo resistirse y su ego tomó el centro del escenario. Y los focos no son piadosos. Salvo excepciones, el mejor intérprete de un gran guion no suele ser el autor. Cummings, brillante alumno de Oxford, seguramente habrá leído todo el poema de Ozymandias y no habrá sacado esos versos de contexto, como han hecho otros en ocasiones. Sabrá que las palabras del rey de reyes en realidad están escritas en un pedestal de los restos de una estatua antigua, unas piernas sin torso y un rostro semihundido olvidados en el desierto: «Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas».