¿Por qué papá?

Lluís Soldevila PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE OPERACIONES, INNOVACIÓN Y DATA SCIENCES DE ESADE

OPINIÓN

17 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Estoy seguro de que, dentro de algunos años, mi hijo me preguntará por qué lo hacíamos. Por que íbamos todos al mismo sitio a trabajar, durante el mismo horario, fuera cual fuera nuestra descripción de lugar de trabajo, nuestra responsabilidad o el proyecto o tarea en el que estábamos involucrados.

No entenderá por qué gastábamos el 20 % del tiempo adicional, antes y después de las ocho horas en el enclave corporativo, para llegar hasta allí. La justificación no podía ser la simple pérdida de tiempo, ni el incremento de adrenalina y presión arterial. Tampoco el lanzar toneladas de contaminantes a la atmósfera parecía una razón para hacerlo.

Sí al teclear lanzará una búsqueda a Akili, el asistente personal con interfaz neuronal que todos tendremos en casa, y sabrá que sí, que Internet llegó a nuestras casas hacia finales del siglo XX, que los teléfonos tenían cámaras y los ordenadores no eran miles, sino millones de veces más potentes que los que llevaron al hombre a la luna.

Lo comentará con sus amigos de Nueva Zelanda, Indonesia o Canadá, aprovechando la asignatura Historia de la Transformación Digital, donde les explican a través de Focus, la herramienta online de su universidad, los grandes cambios digitales que han revolucionado la humanidad. El resto de los alumnos no tendrá respuesta, lo preguntarán a sus familias, y será objeto del debate de la siguiente semana.

No podrá preguntarle a su madre, pues ese día ella sí que se desplaza -como todos los lunes, miércoles y viernes_ a la clínica para realizar una cirugía. El resto de la semana trabaja desde su despacho, excepto un viernes al mes. Ese día viaja a Londres donde opera con un sistema remoto a pacientes en los cinco continentes para la ONG en la que colabora.

Querrá saber cómo tengo la semana para dar juntos un paseo por la montaña. Cerraré los ojos y Akili me enviará mi calendario. En azul, las horas que trabajaré en casa. En rojo, las reuniones fuera de ella. Cada día será diferente, en función de los proyectos a los que dedique mi atención. Me llamará la atención las frecuentes franjas verdes, con la etiqueta Focus, la herramienta que usa mi hijo en la universidad, ¿recuerdan? Se trata de las reuniones de coordinación que hacemos regularmente con mi equipo. Sorprendido, me preguntará si es verdad que los angloparlantes incluso tenían un verbo, commute, que significaba «tiempo que tardo en desplazarme al lugar de trabajo». Le explicaré alguna batallita de mis tiempos en Deutsche Bank, en la City de Londres o en Wall Street, donde tenía compañeros que vivían a 90 minutos de «distancia». Rápidamente, Akili le retornará un dato aterrador: más de 27.000 horas no vividas, o sea, más de 3 años enteros tirados por el retrete.

Con esa curiosidad propia de los jóvenes, no desistirá en hacerme preguntas hasta que dé con el detonador, porque todo esto le suena a muy antiguo. Buscará la razón por la que la humanidad adoptará algo que para él era lo normal. Antes, le haré una reflexión, le diré que haga lo que siempre le decimos su madre y yo: que busque el porqué. Y concluirá que era el miedo. El miedo a que el empleado no cumpla. El miedo a que el empleador abuse. El miedo a no poder tocar, a que la comunicación no fuera de calidad. El miedo a no saber usar la tecnología. Y concluirá, que el miedo mató al miedo. Que fue un virus, al que todos temíamos, y con razón, el que nos enseñó que no solo era posible, sino que era positivo. Eso sí, tuvimos que volver atrás, sacar conclusiones de la Transformación Digital Forzada impuesta por la pandemia y aplicar el teletrabajo con criterio.

¿Ha venido el teletrabajo para quedarse?

el debate