Indicios del nuevo orden progresista

OPINIÓN

David Zorrakino - Europa Press

16 may 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde hace un mes todas las catequesis de Sánchez están centradas en la necesidad de que el PP apoye sin condiciones sus proyectos, porque lo importante es «vencer al virus». Pero su planteamiento implica tres errores que vamos a recordar: Que la democracia -cuya esencia es la discrepancia- es tratada por Sánchez como juego para tiempos de paz y abundancia, pero que deja de ser operativa -para eso se usa el estado de alerta- cuando aparece un problema o un virus pelotudo. Que Sánchez solo se aviene a pactar con los anacos de representación que nunca pueden conformar una alternativa. Y que, si pide ahora el apoyo de Casado, solo se debe a que los anacos de representación no le aseguran el sillón de la Moncloa.

Así las cosas, y para demostrar que la esencia Frankenstein sigue operativa, el propio Sánchez acaba de pilotar una operación ejemplar -es decir, pensada para que todo el mundo la entienda-, que, además de entusiasmar a Arrimadas, que cambia cachitos de alma por titulares de prensa, debería demostrarnos a todos de que el proyecto que inspiró la moción de censura -consistente en cambiar poder por nación de naciones-, sigue siendo válido y prioritario. A eso le llamó «operación Badalona», cuyo objetivo era afrontar la elección de un nuevo alcalde mediante el pacto más disparatado que cabía imaginar, y sin más objetivo que demostrar que donde hay habilidad nada significan los votos.

Para conocer el escenario en el que Sánchez impartió su catequesis, hay que recordar que el municipio de Badalona (218.000 habitantes) acumula cinco años de inestabilidad y desgobierno, incluyendo una moción de censura con la que el PP y el PSOE desalojaron del poder a Dolors Savater (CUP), en 2018, a la que Sánchez quería reponer ahora con otra mayoría Frankenstein. Las elecciones de 2015 y 2019 las había ganado Albiol, del PP, que fue privado de la alcaldía por dos atrabiliarias mayorías inspiradas por la CUP. Hasta que una soberana melopea forzó la reciente dimisión de Alex Pastor, del PSC, por romper el confinamiento, conducir temerariamente, y resistirse a la autoridad. Y ahí vio Sánchez la circunstancia ideal para reeditar su ejemplar pacto con la CUP y demás socios, y cerrarle la puerta al PP, «que para eso -diría Calvo- somos progresistas». Pero la CUP, fiel a sus genes y oficio, exigió dos cosas muy humillantes: repartir lo que queda de legislatura en dos alcaldías (PSC y CUP); y firmar una cláusula que impidiese que Savater fuese cesada -otra vez- por una moción de censura apoyada por el PP.

Todo esto sucedió en Cataluña, donde al PSC le interesa que el PP no moje, para pactar la paz y el progreso de España con la CUP, ERC y JxCat. La operación, finalmente, se desmoronó, y Albiol obtuvo la alcaldía por encabezar la lista más votada. Pero las escenas de Badalona han puesto de manifiesto en qué situación estamos; qué objetivo tenemos; y qué violentas resacas amenazan la gobernabilidad que necesitamos -y no vamos a tener- para salir de esta intensa crisis.