Después de tener al país confinado durante seis semanas, el presidente del Gobierno salió ayer al púlpito y vino a decir que ustedes pueden empezar a soñar porque en junio ya estaremos todos viviendo en ese nuevo escenario de normalidad. Lo dijo como si el covid-19 estuviese casi desarmado. Como si la realidad no fuese otra. Desconocida. Escondida. Porque las estadísticas oficiales han cambiado tantas veces como ha interesado, porque se ha demostrado que las autoridades competentes no saben ni contar a los muertos -la mitad de ellos en residencias de ancianos, lo que recordaremos como un auténtico genocidio-, porque el material de protección para los sanitarios todavía no está disponible, porque el Ejecutivo no es capaz de ordenar el uso generalizado de mascarillas porque no las tiene. Como tampoco dispone de los test, de ahí de que no considere recomendable hacérselos a toda la población.
El 4 de mayo comienza la fase cero de la desescalada, que finalizará en toda España, provincia a provincia -nueva unidad métrica a tener en cuenta- a finales de junio. Pasamos del negro al blanco en un suspiro, y después de la (tormentosa) relación de los españoles con su Gobierno una se pregunta si esta última decisión no estará relacionada con el turismo y la hostelería, sectores a los que la ministra Yolanda Díaz, sin considerar que pesan un 20% en el PIB, había pronosticado que no resucitarían hasta final de año. Gran metedura de pata, como lo son también las luchas dentro del Gobierno que reveló la decisión retransmitida por la ministra Montero de los paseos de los niños «a las farmacias y a los súper». Es probable que el presidente Sánchez no quiera ser el último de Europa en deshibernar de la UVI a una economía con más de 3,3 millones parados oficiales, sin contar a los 4 millones que están en ERTE.
El BOE nos dará los detalles.