Cartas al director: La despedida

Carta de una despedida

En mi primera ruptura me aferré tan fuerte a una frase como los recuerdos al olvido: «No eres la primera, ni la única, ni la última». Me autoconvencía escuchando canciones de amor, y pensaba «¿Ves?, están pasando por lo mismo. Si ellos lo han superado, tú también». Me pasé meses recordándome a mí misma que nadie se ha muerto por un corazón roto.

Hubo siguientes veces, en algunas sentimos y en otras no padecimos.

Pero en esta última ha habido algo diferente. Me dejaste sin tan si quiera darme la oportunidad de despedirme. Ni de recoger mis cosas. De la noche a la mañana, amanecí en otra cama.

Y yo me quedé aquí, echando de menos tus despertares de alondra, que me enamoraron y enseñaron a escabullirme de entre las sábanas antes del amanecer.

Y tus prisas de lunes por la mañana. O de cualquier día de la semana. Tu insomnio y tus pocas ganas de dormir.

Resulta que ya no me pierdo en el fondo de tus tazas de café recién hecho a las horas más inesperadas.

Ni deambulo por cada uno de tus rincones llenos de secretos.

Resulta que quieres que eche de menos las cervezas latineras de aquellos domingos en los que fuimos capaces de no postergar la farra de la noche anterior.

Y que ya no hay exposiciones de arte para camuflarme entre obras de autores desconocidos por el mundo, y ahora conocidos por nosotros.

Ni cenas improvisadas en el bajo de algún chino cutre de Plaza de España.

Resulta que se acabaron los conciertos en los locales más recónditos de la ciudad, y también en aquellos donde no cabíaa ya nada más que nuestros gritos.

Que ya no me pinto los labios de rojo para impresionarte un miércoles cualquiera que acabó siendo de todo menos cualquiera.

Sin miradas furtivas en un vagón de metro repleto de gente que también busca con quién mirarse para pasar el viaje, y quién sabe, quizás también su vida.

Resulta que ya no hablamos de cómo las luces de neo?n nos deslumbraron y condujeron a un sinfín de malas decisiones un viernes por la noche, exeóculpando al Jagger de todo.

Y sin calle La Palma, y latas calientes, ni calle Limón y ginebra en vena.

Que ya no vemos a los gatos colgados de Pereza, ni a los pájaros de Sabina en el psiquiatra.

Que de la manera má?s inesperada, dejamos de coleccionar recuerdos y cerraste bajo llave el mejor capítulo de mi vida.

Resulta que ya no escucho tus voces al caminar por la calle. Ni tus risas, ni tus suspiros, ni tampoco tus susurros.

Resulta que ya no camino por la calle.

Me han dicho que lloras por las noches, ahora que por fin tienes tiempo para dormir. Y que te secas las lágrimas con un suave parpadeo de ojos, porque ya no tienes manos que llevarte a la cara.

Me han dicho que quieres volver.

Yo tambieé?n quiero volver contigo, Madrid. Cristina Blanco Montes. A Coruña

 

Hacer leña del árbol caído

No creo que ni el presidente, ni ningún miembro del Gobierno, tomen una decisión equivocada a sabiendas. Pero ocurre que la pandemia del COVID-19, está producida por un virus desconocido, incluso para los científicos. Todos hacen leña del árbol caído, pero algunos pretenden ahora derribar el árbol, para hacer leña más rápido. En el caso del coronavirus hay que emplear el método prueba de acierto y error. Todos censuran al Ejecutivo por la falta de material, los EPI, mascarillas, falta de personal, etcétera, tanto en los hospitales públicos como en las residencias, tanto públicas como privadas. Sin embargo, esas entidades no dependían del Gobierno, sino de las comunidades autónomas. Es cierto que el Ejecutivo decretó el cierre de muchas empresas, y ahí comenzó una serie de despidos y de trabajadores acogidos a los ERTE. Las grandes compañías debieran tener un fondo de reserva obtenido de los años de bonanza, que produjeron beneficios (lo contempla la ley de sociedades). En este apartado deben de quedar excluidas las pequeñas empresas, algunas de las cuales tienen que apretarse el cinturón para llegar al final de mes y poder pagar al personal. Por último creo que los partidos políticos tendrían que estar unidos con el Gobierno, si quieren lo mejor para los españoles, y no solo por conseguir un puñado más de votos. Santiago romero González. Santiago.

Pacientes e indignados

En términos generales, los ciudadanos estamos demostrando una entereza y un aplomo admirables. Es más, estamos decididos a adaptarnos a este forzado distanciamiento, aún a costa de perder jirones de nuestras libertades individuales y colectivas. Pero cuando en esta situación observamos que los reprobables comportamientos de la clase dirigente no se atenúan, sino que se acentúan; cuando percibimos que aprovechan la situación para colarnos proyectos políticos radicales; cuando aumentan sus esfuerzos propagandísticos sin el menor remordimiento; cuando nos quieren hacer creer que los canales informativos fiables son únicamente los que ellos manejan; cuando el cinismo habitual en las relaciones internacionales continúa utilizando a organismos mundiales a favor de determinados regímenes políticos, no nos queda más remedio que desesperarnos. Espero que conservemos masa crítica que demuestre que, aunque pacientes, sabemos distinguir entre lo que nos merecemos como sociedad y lo que les conviene a ellos. Teolindo Fernández. A Coruña

La situación le supera

Acabo de escuchar al presidente. Sinceramente considero que no transmite nada, solo que la situación le supera. La gestión es deficiente, los que le acompañan, con muy contadas excepciones, también tienen poco dan el nivel. Se constata que en su vida profesional nunca han gestionado. Por eso deberían de asesorarse con los mejores en todos los campos. Así podríamos dormir más tranquilos. La pandemia es algo terrible, pero la estrategia hay que tenerla siempre prevista y agilizada. Porque vienen muchos cambios y España necesita a los mejores. Nos lo merecemos. Ermy Chao Candal.

La mordaza

Las manipulaciones del CIS, traen a mi recuerdo aquellos tiempos en los que quienes hoy nos (des)gobiernan y sus desleales apoyos eran oposición y organizaban continuas algaradas para desgastar al Ejecutivo. Y cuando este osó promulgar una norma que limitara sus frecuentes y violentos actos vandálicos, ellos le llamaron «ley mordaza» porque, pensaban, podía poner en riesgo sus ilimitados derechos. A «tezanazos» nos quieren imponer ahora —y a todos— una auténtica mordaza, aunque, haciendo gala, una vez más, de su habilidad para manipular el lenguaje, le llamen mascarilla. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué bien sabían protestar! Lástima que ahora no tengan un mínimo de esa habilidad para gobernar. Manuel García Castro. A coruña.


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