Bolsa y sentimientos

Manel Antelo
Manel Antelo EN CORTO

OPINIÓN

16 abr 2020 . Actualizado a las 05:05 h.

La bolsa es un mercado privado en el que se negocia de una forma regulada la compraventa de un amplio espectro de instrumentos de renta fija y variable, si bien a nivel de calle se simplifica su concepción equiparándola al sitio donde se intercambian acciones. Esto es lo que sucede con las empresas que configuran el Ibex-35 y con la percepción de que el hecho de que la bolsa suba o baje significa que las acciones de las empresas, en general, valen más o menos. Si el Ibex-35 sube, la bolsa sube y si baja, la bolsa cae. No es una forma del todo rigurosa para referirnos a los instrumentos financieros, pero a efectos prácticos es válida.

Las subidas y bajadas de las bolsas hay quien las pasa por el tamiz del análisis fundamental y quien las examina técnicamente. Los analistas fundamentales se afanan en explicar las oscilaciones de los precios de las acciones por el contexto económico y las noticias que lo definen. Los analistas técnicos se apoyan en los gráficos y las tendencias marcadas por dichos precios. Pero, sea como fuere, lo que no hay que perder de vista es la esencia de la bolsa. La bolsa es un mercado donde se cruzan los sentimientos y las expectativas de los que intervienen en él, y una vez que esas fuerzas se alinean dan lugar a tendencias imparables que ni los análisis fundamentales ni los técnicos pueden explicar objetivamente.

Cuando alguien compra acciones de una determinada empresa que cotiza en bolsa lo hace porque tiene la expectativa de que suban de precio con el tiempo y pueda conseguir una rentabilidad de lo que acaba de invertir. Si no fuera así, invertiría el dinero en otro producto financiero. Pues bien, si mucha gente comparte expectativas favorables sobre una determinada empresa, sus acciones subirán de precio y ello contribuye a la subida general de la bolsa. Claro que también puede darse la tendencia opuesta: que las creencias acerca de los resultados económicos de una empresa sean desfavorables. Entonces mucha gente querrá deshacerse de las acciones de esta empresa y muy poca querrá comprarlas, con lo cual su cotización baja y lastra el índice general.

Y aquí surge la asimetría. Es más fácil que las expectativas generales se propaguen con más rapidez cuando son negativas y bajistas que cuando son positivas y alcistas. No en vano se dice que la bolsa sube por una escalera y baja en ascensor. Se entiende así que los recientes acontecimientos de la bolsa se expliquen por la desconfianza y el miedo como los sentimientos dominantes en este momento. El desplome del precio del petróleo (con una caída del Brent desde 65 dólares a mediados de enero hasta 34 dólares dos meses después) es una excelente noticia a la hora de llenar el depósito del coche... siempre y cuando los operadores trasladen con rapidez dicha bajada al mercado minorista. Sin embargo, no es una buena señal del crecimiento que se espera de la economía mundial. Más bien es un indicador adelantado de contracción económica y que obligará a las empresas a vender sus productos a un menor precio. Por lo tanto, sus expectativas de beneficios empeoran y con ello la rentabilidad de sus acciones. Si a esto añadimos la brusca ralentización de la economía española como consecuencia de las medidas adoptadas para luchar contra el coronavirus, se entiende que pocos se atrevan a comprar acciones con la expectativa de que le reportarán rentabilidades y que, por el contrario, la mayoría se deshagan de las que tienen. Que la bolsa haya registrado sus peores semanas desde la crisis de 2008 es buena prueba de ello. Claro que siempre hay quienes operan en contra de la tendencia, pero son solo aquellos que adivinan que el precio está a punto de dar la vuelta.