Error Sánchez, ¿error intencionado?

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Moncloa

08 abr 2020 . Actualizado a las 14:41 h.

Si el Gobierno desea de verdad un pacto nacional para superar el desastre económico que provocará la pandemia, tiene que revisar el método de convocatoria. Si sigue llamando al acuerdo desde mensajes del presidente en hora de telediario o en las ruedas de prensa de su portavoz, pocos resultados obtendrá. La gestión de algo que comprometerá la voluntad de los demás protagonistas requiere todo lo contrario de lo que se está haciendo: mucha cautela, mucho respeto a los llamados y, sobre todo, mucha discreción. Así se hizo en los Pactos de la Moncloa y no parece mala escuela si ahora se quieren imitar.

Lo que hizo Suárez en 1977 fue trabajar de forma paralela en dos flancos. Por una parte, poner a los equipos de Fuentes Quintana a elaborar el documento que serviría de base de negociación. No parece una mala decisión, al menos para saber de qué se quiere hablar y cuál es la oferta del Gobierno. Por otra, comenzar el diálogo sin publicidad, trabajo que asumieron el propio presidente y el entonces ministro de Trabajo, Jiménez de Parga. Y lo comenzaron tres meses antes de la primera reunión del pacto. No hubo filtraciones. No se hizo ninguna propaganda del proyecto. Fueron reuniones oficiales porque participaban miembros del Gobierno. Pero fueron privadas en cuanto a su difusión.

Ahora, que sepamos, no hay ningún documento que sirva de guía. Una mañana apareció la idea en un periódico y Sánchez se agarró a ella con fruición. Creyó que, al ser una iniciativa ajena, tendría toda la credibilidad y la lanzó al aire como quien lanza una moneda. Y salió cruz. Su propio socio, el señor Iglesias, aprovechó el trance para proponer un reforzamiento de lo público y limitar el acuerdo a los artículos más socializantes de la Constitución. Los nacionalistas, cómo no, acudieron a su fantasma favorito, que es el de la recentralización. Y el PP forzó su negativa con el espectro de un señuelo de cambio de régimen, como si los pactos propuestos fuesen una reforma de la Constitución.

Es lo que ocurre cuando el diálogo político o social se quiere hacer en la plaza pública: a grandes juegos de pirotecnia se corresponde con grandes desplantes. No se puede llamar a un pacto de Estado a personas a las que se irrita a diario por falta de diálogo. No hay relación entre los menosprecios a la oposición y la grandeza de un pacto de tanto alcance y solemnidad. La gran política, como el amor, requiere sus espacios de intimidad de los que surge la complicidad. Y si lo que busca el promotor es un gran aparato publicitario, sus interlocutores buscarán mucho más. Es así de simple. No es fácil entender cómo se ha caído en ese error. Empiezo a creer que ha sido intencionado. Es la única explicación.

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