Síndrome de Klopp

Pedro Armas PROFESOR DE LA UDC

OPINIÓN

07 abr 2020 . Actualizado a las 12:46 h.

El inconsciente que nada sabe se atreve a decir que nadie sabe nada sobre el coronavirus. El consciente de su ignorancia ansía que le digan algo sobre el maldito virus, pero no le vale que se lo diga cualquiera. En situaciones de crisis, la credibilidad del sujeto es más importante que el predicado verbal. Se trata de informar, no de pedir reiteradamente tranquilidad porque sí, no de hablar por hablar. Informar es dar forma sustancial a algo y, cuando se hace desde un organismo público, es documentar y dictaminar sobre algo de su competencia, para lo cual lo primero es ser competente.

Al contrario que un organismo público, que tiene una estructura muy complicada, un virus es un organismo que tiene una estructura muy simple (unas proteínas y unos ácidos), pero es capaz de reproducirse dentro de células vivas específicas, aprovechando su metabolismo, hasta complicarle la vida a media humanidad. Un virus no es un síndrome; de hecho, un síndrome no es más que el conjunto de síntomas característicos de de una enfermedad; en el caso que nos ocupa y preocupa: tos seca, cansancio muscular, dolor de garganta, dificultad para respirar y fiebre. Sin embargo, cuando esos síntomas derivan en mortandad y la epidemia deriva en pandemia, el síndrome deriva en pandemonio (confusión, follón).

Sin remontarnos a históricas crisis de mortalidad catastrófica, la España democrática ha malvivido varios síndromes. Sobre el síndrome tóxico de la colza, el síndrome de las vacas locas, el síndrome de la gripe aviar y el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) informaron, sin informar, ministros y ministras, centristas, populares y socialistas, cuyas comparecencias pasaron a la posteridad como piezas de la antología del disparate. El politiqueo se impuso al rigor político. En la crisis actual hay decisiones discutibles, como animar a la participación masiva en una manifestación un sábado e impedir actos multitudinarios el martes siguiente; ahora bien, en la gestión de la comunicación se ha aprendido de errores pasados. Focalizar la atención en el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, profesional con un perfil técnico, es un acierto. Hablar del virus puede hacerlo cualquiera, informar sobre el virus conviene que lo haga un experto.

A un periodista deportivo se le ocurrió, en rueda de prensa, preguntar sobre el coronavirus a Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool, campeón de Europa. Klopp se definió como un tipo que lleva gorra de béisbol, va mal afeitado y se dedica a entrenar futbolistas, no a opinar sobre problemas de salud pública sin conocimientos para ello, pues su opinión, por famoso que sea, resultaría irrelevante. El virus ya ha sido bautizado como COVID-19. El síndrome podría bautizarse como síndrome de Klopp.