Con un profundo escepticismo

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

07 abr 2020 . Actualizado a las 08:30 h.

Anadie le amarga un dulce, reza el dicho, y lo más dulce que tenemos en el panorama político es reeditar los Pactos de La Moncloa de 1977. La idea, surgida de medios periodísticos, fue del agrado del presidente del Gobierno y la elevó a la categoría de proyecto personal en su última sabatina. Con esa ensoñación vamos a vivir una temporada, hasta que se convierta en realidad o se demuestre que ha sido un entretenido pasatiempo para ir pasando el rosario de confinamientos. Mientras no se inicien los contactos previos, es una posibilidad. Cuando esos contactos se inicien, ya veremos.

Lo único que hoy podemos decir es que parece una misión imposible. Si se comienza por apartar de las conversaciones a Vox, tercera fuerza parlamentaria, los pactos no podrán llevar el nombre que recibieron en 1977, porque entonces se convocó a todas las fuerzas políticas y sociales sin ninguna exclusión. Y si la actitud de Santiago Abascal es no coger el teléfono a Sánchez salvo para recibir la noticia de su dimisión, los acuerdos iniciarán también cojos su camino. Podrá haber conversaciones y acuerdos, pero limitados.

Segunda dificultad: la sinceridad de Sánchez al hacer la propuesta. Este cronista le cree, porque ser el Suárez de hace más de 42 años le consagraría como hombre de diálogo y amplio sentido del Estado. Pero con una duda: la iniciativa surge después de las críticas de los medios y del principal partido de oposición, que le reprocharon un comportamiento autoritario con menosprecio de los criterios de los demás. Pudiera ocurrir que Sánchez buscara únicamente disimular esa mala imagen para encontrar después un culpable del fracaso, como se intentó con la repetición de las últimas elecciones, lavarse las manos y decir a la sociedad: «Yo hice lo posible, pero me lo impidió el partidismo de los demás».

Y tercer inconveniente, la actitud de la parte podemita del Gobierno. Si algo distingue los discursos de Pablo Iglesias y sus compañeros de militancia y gabinete es su afán por demostrar que hacen la política contraria a la que hizo Mariano Rajoy para salir de la crisis del 2008. Se puede resumir en dos frases: «Nosotros no rescatamos bancos, rescatamos personas» y «ellos hicieron recortes, nosotros creamos un escudo social». ¿Van a ser capaces unos y otros de acordar ahora una política común para la recuperación económica?

Estos tres problemas se resumen en una conclusión: no me creo casi nada. Por eso, de momento me quedo instalado en un profundo escepticismo. Pero, como sí creo en los milagros, abro una puerta de esperanza: si negocian, acuerdan y firman, rectificaré con gusto lo dicho y alabaré grandemente su generosidad.