Volveremos

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Pilar Canicoba

22 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi padre me contaba que, en sus años interno en los Maristas de Lugo, escuchaba todas las noches el mismo ruido en el silencio de la noche fría, un sonido metálico e intermitente: «¡clan-clan-clan!». La prisión provincial estaba allí al lado y el ruido lo hacían los guardias pasando rutinariamente un palo por los barrotes para asegurarse de que no había ninguno serrado. Mi padre, entonces un niño profundamente infeliz que solo quería volver a su casa de la aldea de Piñeiro, en Meira, pensaba que también él era un prisionero. Luego tuve un profesor de Filosofía en el instituto que había estado por los mismos años en el Seminario, el cual está frente a los Maristas y al lado de la cárcel. Un día nos habló también de aquel sonido, y usó la misma onomatopeya.

Me ha parecido escuchar ese sonido poco antes de dormir, en este confinamiento.

Es extraña esta idea de un país entero encerrado día y noche, aislados los unos de los otros, porque los otros, sin querer, se han vuelto un peligro, y además los otros somos todos. Esa es una de las peculiaridades morales de una epidemia: no solo amenaza nuestra vida, también nuestra conciencia. No se trata solo de si aceptamos correr riesgos o no, sino de que podemos ser culpables de la infección de los demás.

De modo que debemos permanecer así: dentro de nuestras casas, en un país que, a su vez, tiene sus fronteras cerradas, dentro de una Unión Europea que también ha cerrado las suyas. Es como estar en aquel castillo en el que fue presa María Estuardo y que se encontraba en una isla en un lago que estaba en otra isla. A veces, las metáforas parecen hermosas hasta que uno acaba conociéndolas por dentro.

No es solo el encierro. También es la irrealidad de todo esto lo que resulta extraño. Vivíamos ya en gran parte una vida virtual, pero ahora estamos atrapados en ella. La televisión, Internet, el correo electrónico… son ahora nuestro contacto humano, para muchos el único. Es como si el mundo de las redes sociales hubiese finalmente colonizado la realidad. El teletrabajo, la democracia electrónica, la educación on-line… Muchos anhelaban todas esas cosas como una utopía. Ahora podemos comprobar que es un sucedáneo de libertad, una fantasmagoría que no nos llena. Yo echo de menos la mantequilla, el té, el chocolate -no se me ocurrió incluirlos en nuestra compra para quince días-, pero sobre todo echo de menos la realidad.

Pero, ¿qué se puede hacer? Decidí zambullirme una vez más en ese mundo virtual y escuchar algo de música. Se me ocurrió buscar un coro de Fidelio. Es la única ópera que escribió Beethoven. Transcurre en una prisión cerca de Sevilla, donde está encerrado injustamente el noble español Florestán. Su mujer Leonora trama un plan para liberarle: se disfraza de muchacho y consigue un trabajo como carcelero. El momento más emocionante de la obra llega en el primer acto, cuando Leonora, aprovechando un despiste del alcaide, consigue que los prisioneros salgan por primera vez al patio, a disfrutar del aire fresco y el sol. Cantan entonces un coro famoso: O welche Lust! In freier Luft!, «Qué placer, el aire libre». El coro comienza muy bajo, casi susurrando, porque los prisioneros están temerosos y sorprendidos, pero rápidamente se van emocionando al sentir la luz y el frescor del aire, hasta que sus voces estallan al pronunciar la palabra Freiheit, libertad.

La música terminó, y me quedé un rato pensando. Llegué a la conclusión de que saldremos de esta y volveremos al aire libre, a la realidad, a la libertad. Y luego salí a la ventana, porque eran las ocho y a aplaudir con los demás al personal sanitario.