La insólita situación que afronta Galicia y se cierne sobre toda España requiere, más que nunca, claridad de ideas y unidad de propósitos. La Voz de Galicia, que tiene como principio fundacional ser la plaza pública que acoge todas las opiniones y todas las posiciones respetuosas con la sociedad, precisa hoy hacer una excepción y expresar la suya. Aunque no es frecuente, no es la primera vez ni será la última, como se ha manifestado en los últimos años en los artículos firmados por su editor y presidente, Santiago Rey Fernández-Latorre. En esta ocasión, es un deber ineludible intervenir como parte actora en el debate, puesto que del rumbo que tomen cada comunidad de ciudadanos y cada persona dependen todas las posibilidades de superar la crisis.
Jamás en nuestra historia reciente hemos encontrado una situación tan comprometida. Están en riesgo la salud (que es nuestro primer valor), la economía nacional y personal, el trabajo, el ocio, la actividad en el espacio público y hasta la solidaridad entre ciudadanos, territorios y generaciones. Incluso derechos que parecían tan consolidados como inalienables, como es el de libertad de movimientos, se han suspendido y parecen estar perdiéndose o en peligro.
Es el momento de la serenidad. De la responsabilidad. Y de la solidaridad. Miles y miles de personas están agotando sus fuerzas y jugándose la vida en los servicios sanitarios
No están en peligro. La cesión que nos piden las autoridades en este crítico momento persigue un bien mucho mayor para cada uno de nosotros: proteger la salud, evitar el colapso sanitario que podría acarrear miles de muertes por la pandemia o por otras dolencias graves. No hay otra forma de plantarle cara.
Por eso, la primera grandeza que hay que destacar de lo que ha venido sucediendo en las últimas horas es la respuesta serena y el espíritu de colaboración que está adoptando una inmensa mayoría de la población. Es para admirarse. Tal determinación a cumplir con las restricciones impuestas no se explica solo por el carácter conminativo de las normas, sino por la excelente disposición de la población civil. Y ello a pesar de los inconvenientes, perjuicios e incluso amenazas de quebranto que tiene para miles y miles de personas. Tiempo habrá, fuerza habrá, para evaluar, plantear y obtener la reparación de daños, pero primero es imperativo resguardar la salud pública.
Tiempo habrá también para hacer examen y rebuscar errores. Pero en este momento lo único determinante es no cometerlos nosotros, los ciudadanos. Basta ver la proliferación de bulos, insidias y maliciosas falsedades en las redes sociales para ponderar el privilegio que significa para la sociedad contar con medios de comunicación solventes y serenos, que basan su aportación en la comprobación y el contraste, y en el recurso a fuentes seguras.
Tiempo habrá, fuerza habrá, para evaluar, plantear y obtener la reparación de daños, pero primero es imperativo resguardar la salud pública
Es el momento de la serenidad. De la responsabilidad. Y de la solidaridad. Miles y miles de personas están agotando sus fuerzas físicas y jugándose la vida en todos los servicios sanitarios con un ánimo y una dedicación que no paga el salario. Médicos, personal de enfermería y de ambulancias, celadores, y todos los implicados en el sistema de salud en hospitales, centros de medicina familiar y puestos de atención telefónica están dando una lección inolvidable de compromiso con la población. La mejor forma de reconocerlo y agradecérselo es colaborando con ellos en seguir sus instrucciones y evitar los colapsos. Porque hay muchos servicios que deben seguir operativos para atender otras enfermedades graves o sobrevenidas.
Junto con la suya, también es encomiable la dedicación de profesionales de otros sectores, desde productores y distribuidores de alimentos hasta las fuerzas de seguridad, que extienden sus jornadas para atender a la población. Muy especialmente con estas, y por su función imprescindible, se requiere el deber de colaboración. Y entre todas las preocupaciones, las de miles de familias que tienen sus negocios cerrados. Para ellos y para todos los demás solo hay una forma de intentar minimizar en todo lo posible los daños: colaborar para que la emergencia sanitaria se supere.
Ese y no otro debe ser el empeño de las autoridades que se han puesto al frente en la toma de decisiones: el presidente del Gobierno con la más alta responsabilidad en toda España (aunque haya sido puesto en tela de juicio en pleno Consejo de Ministros, nada menos que por su desleal socio de Gobierno), y el de la Xunta, que ha asumido el mando ejemplarmente en Galicia. Existen razones más que fundadas para que muchos consideren que el estado de alarma podría haberse decretado antes, de que un Estado descentralizado y con competencias desperdigadas requiere que en casos como el actual el Gobierno no llegue tarde a pilotar la coordinación. La bochornosa división de este sábado, con ministros de un grupo minoritario intentando asaltar el poder mediante el juego sucio, es absolutamente impresentable, y vuelve a poner a España en el umbral de la política bananera.
Todos, incluida la oposición, deben hacer un portentoso esfuerzo para estar a la altura de las circunstancias, abandonar intereses partidistas y favorecer la coordinación. Porque también en eso se ha fallado. No resulta satisfactorio que las medidas se hayan ido lanzando a cuentagotas por diferentes comunidades, mientras los ciudadanos de zonas como la de Madrid, con el mayor riesgo de contagio, se diseminaban por el territorio. Y ahora, en el momento más preocupante, con toda la población dispuesta a dejarse dirigir, no es admisible encontrar el enojoso ejemplo de desunión que viene gestando desde el primer día la coalición de Gobierno y que ayer volvió a aflorar en medio de la indignación social contenida. La sociedad no puede perdonarla.
Existen razones más que fundadas para que muchos consideren que el estado de alerta podría haberse decretado antes, de que un Estado descentralizado y con competencias desperdigadas requiere que en casos como el actual el Gobierno no llegue tarde a pilotar la coordinación
No será lo mismo la salida a esta crisis si las fuerzas políticas cooperan o si caen en la tentación de pescar en río revuelto. Y no será lo mismo si los poderes públicos reaccionan con toda agilidad para paliar lo antes posible los perjuicios económicos y sociales, con trámites de fácil ejecución e iguales para todos los españoles; o si, como tantas veces ha pasado, vuelven a responder con un alarde de burocracia.
Como demócratas, para los ciudadanos llegará el momento de juzgar el trabajo de unos y otros. Pero ahora, en estos días críticos, lo que se impone es ganar la batalla de la salud pública. Todas las personas, sin diferencias de condición o de opciones políticas, deben tener el mismo objetivo. Se expresa en dos frases: cumplir con su parte; derrotar la pandemia.