El pulgar

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre MIRADAS DE TINTA

OPINIÓN

FAROOQ KHAN

18 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La aparición del dedo pulgar en los primates es sin duda uno de los logros más exitosos de la evolución. Sin el dedo pulgar la mano pierde sus funciones más útiles: realizar una pinza con el resto de los dedos, ser una plataforma de apoyo y una toma de fuerza. El poder agarrar objetos, manipular instrumentos, golpear, apretar o sujetar son capacidades con las que el dedo pulgar nos posibilitó llegar a ser lo que somos. Es un dedo fundamental, mucho más que el índice señalador, el ofensivo corazón, el anular casamentero o el prescindible índice, que solo cobra utilidad si va provisto de una colosal uña cortijera.

La evolución nos llevó a dejar de ser monos gracias a dotarnos de los pulgares; con ellos aprendimos a cazar, a escribir, a utilizar máquinas que nos liberaron del trabajo físico y nos han traído hasta aquí. Si bien puede parecer que ya no serían tan útiles una vez alcanzados todos esos logros, no equivocamos, lo son más que nunca.

Los pulgares han resucitado merced a los teléfonos móviles, basta observar la habilidad que ha desarrollado la gente -sobre todo los nativos digitales- para manipular un móvil a velocidades de vértigo.

Los pulgares se han hecho imprescindibles, imagínense lo que sería vivir hoy sin pulgares.

Es así como la evolución nos ha llevado -después de un bucle de millones de años- del mono al mono otra vez, con la diferencia de que antes no soltábamos la liana y ahora no soltamos el móvil.

En esta especie de Fahrenheit 451 que ha quemado la necesidad de agarrar cosas con la mano, los pulgares se han erigido en la llave de acceso a la réplica del mundo en el nuevo entorno virtual.

Que te cuelguen de los pulgares da más miedo si cabe.