La revuelta campesina

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

01 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El campo está en rebeldía y con toda la razón. Multitud de explotaciones agrarias están cerrando sencillamente porque sus propietarios no las pueden sostener. La vieja economía agrícola sostenida sobre el esfuerzo de las familias ya no es competitiva, ni quedan brazos para ese esfuerzo. Y ahora se añade un factor imprevisto incorporado al debate por el presidente de la Junta de Extremadura y que tendrá que demostrar mejor: en las regiones donde hay jornaleros, los empleadores tienen dificultades insuperables para pagar el aumento del salario mínimo y eso influye en el aumento del paro campesino. La suma de estos factores hace que la renta agraria haya descendido en los últimos años y que asistamos incrédulos al espectáculo de ver cómo se tiran cosechas porque no compensa su recolección.

Les voy a contar una teoría que un célebre comerciante me comentó en la etapa más dura de la recesión. De pronto se produjo una rebelión que nadie convocó: los consumidores decidieron no pagar más de 70 céntimos por litro de leche, creo que esa era la cantidad que mencionaba, y dejaron de comprar la que superaba ese precio. ¿Qué hizo el comerciante? Presionar de arriba abajo para rebajar el precio de venta, pero manteniendo su margen de beneficio. Como el último escalón es el productor, le tocó pagar la factura final. Me pareció una explicación un tanto filosófica, porque los consumidores no están organizados para una huelga de consumo, pero verosímil. Y lo mismo ocurre, naturalmente, con los demás productos. El resultado es que se asfixia al campesino hasta ahogarlo.

Ahora la España rural ofrece maravillosos ejemplos de prosperidad, pero también un mayoritario escenario de difícil supervivencia. Se sostiene más por las pensiones que por la rentabilidad de su producción. Triunfan los innovadores, los grandes inversores, pero los demás luchan por sobrevivir. Y los gobernantes no lo saben, porque la pasión por las nuevas tecnologías, la digitalización, el 5G y otras modernidades -siempre urbanas- no les deja atender al campo. ¿Alguien ha visto una referencia que valga la pena, más allá de lo sentimental, en el programa de la coalición PSOE-Unidas Podemos? Y, si miramos a los sindicatos que mueven las protestas de estos días, ¿en qué siglo o en qué vieja revolución se ha quedado el secretario general de la UGT, Pepe Álvarez, para decir que la crisis agraria se debe a los carcas terratenientes? Ahora entra en juego la demagogia.

No es mi intención alentar ninguna revuelta, pero la campesina sí merece, al menos, una expresión de simpatía. Porque la España que se muere es esa. La «España vaciada» casi parece una expresión lírica al lado de la realidad económica del campo español.