En búsqueda de la democracia perdida

Orestes Suárez Antón TRIBUNA

OPINIÓN

03 ene 2020 . Actualizado a las 02:03 h.

Las calles de medio mundo se desbordan en una oleada a la que apenas los tumultuosos años 60 se le aproximan en el recuerdo. Los detonantes son múltiples y variados, como lo son los contextos políticos y socioeconómicos en que se desarrollan las protestas. La eclosión, particularmente intensa en el conjunto del continente americano, no es ajena a las viejas democracias europeas de Francia o el Reino Unido. Barcelona, Beirut, Delhi o Hong Kong se cuentan también entre los numerosos focos visibles de esta explosión global.

La explicación va más allá de claves como autoritarismo, centralismo, desigualdad o pobreza. En un nuevo giro de tuerca de la crisis de la representación, la línea transversal que une estos movimientos dispares la encontramos en el hastío generado por la desconfianza hacia la política. La protesta se presenta con mayor vigor allí donde la polarización ha conseguido enraizar de manera más profunda que, como la serpiente que se devora la cola, es también allí donde es empleada como alimento de refrendación política.

No deberían sorprendernos los efectos de esta espiral suicida que profundiza y abona el conflicto en búsqueda inconsecuente del rédito electoral más inmediato. Esto, aderezado con las especias del populismo y las fake news que, en un concienzudo ejercicio de realce de los extremos, fomenta enfrentamientos que ponen en cuestión los propios derechos humanos y que nos impide avanzar en consensos como los de la crisis climática o la de los refugiados.

Salvar el actual estado de fragmentación global requiere de una voluntad compartida, política y ciudadana, de asunción de responsabilidades mutuas que sirvan para superar el grave deterioro del entendimiento social. Algo que en España cabe aplicar a Cataluña o al caso de la mera conversación entre dirigentes políticos ideológicamente contrapuestos.

En definitiva, urge un profundo cambio de paradigma político que supere el monólogo frentista, el estado de excepción permanente y el modelo de mercantilización electoralista del cuanto peor, mejor. Para, en su lugar, practicar y desarrollar una verdadera democracia pluralista orientada a la búsqueda de soluciones que atiendan a los problemas reales y en la que participación ciudadana y delegación política encuentren un balance adecuado. Es una línea de llegada que empleará tiempo, confianza, compromiso y esfuerzo. Educación y cultura democrática resultan claves. Por el camino, merece la pena explorar todas las vías de un diálogo al que tan buenos resultados le debemos en nuestra propia experiencia democrática.