A la opinión pública

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OPINIÓN

Eduardo Parra - Europa Press

09 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En días recientes hemos presenciado un acto que a todos los españoles, independientemente de su edad, sexo, condición social o ideología política, debiera abochornar. Nos referimos a la vergonzosa imagen que se dio en la toma de posesión del acta de diputados por parte de unos cuantos señores y señoras, o señoritas, indignos de representar y de tomar decisiones que afecten al presente y futuro de nuestro país. Si algo debe ser sagrado para todos es la Constitución nacida del consenso político de muy distintos partidos en el año 78. Una Constitución para establecer los derechos y deberes de todos los españoles, que algunos ahora han ultrajado, y con ello a todos los que nos sentimos españoles, al utilizar frases y fórmulas absolutamente fuera de lugar con la única intención de destaparse como ignorantes, cínicos, o hacerse notar de una forma absurda para tapar sus carencias intelectuales.

 Los que firmamos este escrito somos todos médicos, ya jubilados, que estudiamos la carrera en los años 60, y que, por tanto, no como médicos, si no como personas, nacimos y vivimos en la época de la posguerra, que tanto dolor produjo en prácticamente todas las familias de este país. Fuimos parte, con otros muchos de nuestra generación, de los que con nuestro trabajo y esfuerzo continuamos la labor iniciada por nuestros padres para levantar un país destrozado, a todos los niveles, por la maldita Guerra Civil. Fuimos también los que en una determinada época, finales de los 60 y principios de los 70, nos rebelamos contra lo que en ocasiones nos parecía una situación de injusticia; los que sufrimos encontronazos con los llamados grises, los que vivimos la desgraciada época de los asesinatos indiscriminados de ETA, o sus chantajísticas amenazas recaudatorias, el hambre para muchos, la discriminación social para otros muchos, y el aislamiento mundial al que España fue sometida tras la guerra.

Pero, pese a todo eso, salimos adelante, y lo hicimos con nuestro trabajo y esfuerzo, iniciado por nuestros padres, aunque sea una repetición. Y no con el ánimo de conseguir un logro individual, sino con el espíritu de vivir una España mejor para todos. Por eso, y por todo lo que está ocurriendo ahora, corrupción en los altos niveles del poder, saqueo, caída en picado del empleo y subida masiva de la deuda, no podemos callarnos y tenemos que decir bien claro y alto: señores diputados, no se merecen ustedes un sueldo como el que tienen, no se merecen ustedes unas prebendas como las que disfrutan y, por supuesto, no merecemos los españoles que varios de ustedes gocen de todo ello una vez que no han jurado o prometido acatar la Constitución, lo único que de verdad tenemos. Porque lo que algunos de ustedes han hecho es una mera pantomima, indigna del peor de los payasos, cínica, chulesca y miserable.

Somos mayores ya, y hemos sido profesionales, profesionales de verdad. Por todo ello, les pedimos que si en algún momento se miran al espejo se observen con atención y reflexionen acerca de lo que ven. Si lo hacen de verdad, verán lo que estamos viendo nosotros: indignidad y pobreza intelectual. Y tras hacerlo, dimitan, renuncien a sus puestos, sueldazos y prebendas y empiecen a buscar un oficio, aunque tengan que estudiar para ello. Solo así recuperarán la dignidad, si es que algún día la han tenido, y cuando se vuelvan a mirar al espejo seguro que ustedes y nosotros verán y veremos a otra persona. Los que firmamos este escrito hemos practicado la misma profesión, aunque nuestro extracto social y nuestros pensamientos políticos pueden ser, y de hecho lo son, muy diferentes, pero pese a ello lo hacemos unidos, porque aprendimos a respetar, en todos los sentidos; un verbo y un sentimiento que es algo que muchos de ustedes, ahora, han demostrado con creces desconocer.

Dimitan por favor, el pueblo español se lo agradecerá, mientras que si no lo hacen todos, y si no todos, muchos de ustedes, nos quedaremos con la triste y pobre imagen que han dado y siguen dando. Y el tiempo no olvida…