Un país de Quijotes

Pedro Armas
Pedro Armas EN LÍNEA

OPINIÓN

21 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Para unos, lo de Sánchez e Iglesias es un matrimonio de conveniencia; para otros, todos los matrimonios lo son. Una cosa es un matrimonio por conveniencia y otra distinta por obligación. Para unos, el abrazo de Iglesias a Sánchez fue una muestra de quijotismo, que, según la RAE, es la exageración del sentimiento caballeroso; para otros, fue una muestra de sancho-pancismo, que, según la RAE, es la tendencia de los que acomodan su comportamiento a lo más conveniente para su provecho. Ya en el siglo XVII advirtió Cervantes que andaba el país entre el quijotismo y el sancho-pancismo. Cuando leíamos El Quijote por obligación en el instituto no lo disfrutábamos; cuando lo releemos por puro placer descubrimos que, como toda obra maestra, sigue vigente.

Don Quijote era el idealista y Sancho Panza era el hombre del pueblo, práctico, interesado, egoísta. En el momento en que las circunstancias convirtieron a Sancho en gobernador de una ínsula, Don Quijote le dio una serie de consejos. Le hizo ver que, antes de tiempo y contra la ley del razonable discurso, había sido premiado en sus deseos, porque mientras otros porfiaban y no alcanzaban lo que pretendían, él había llegado y, por casualidad, se había hecho con el cargo. Le advirtió de que no debía atribuirse los merecimientos de la merced recibida, sino dar gracias al cielo, que dispone suavemente las cosas. Le exhortó a temer a Dios (iglesia-banca-patronal), pero lo justo y necesario. Le animó a conocerse a sí mismo, porque del conocerse saldría el no hincharse como la rana que quiso igualarse con el buey. Le recomendó adornarse en la investidura para disimular su linaje y condición, pues a veces conviene, por la autoridad del oficio, aparentar lo que no se es para gobernar sea como sea.

Sancho, a pesar de haber llegado al poder como llegó, gobernó resolviendo cuestiones domésticas con sentido común, gracias a su inteligencia innata. Sánchez, gracias a su resistencia innata, aspiraba a lo mismo, pero la ínsula no es la Península. Hubiese querido gobernar solo, sin socios, sin partidos, sin partido. Le habrían bastado unas cuantas carteras (feminismo, ecologismo) y unos cuantos eslóganes. Un par de consejos, un par de molinos de viento, un par de elecciones y la amenaza de unas terceras le han hecho pasar del sancho-pancismo al quijotismo, lo cual quizá sea bueno para el partido y para la izquierda. No obstante, el país, más que un país de izquierdas, es un país de quijotes.