Mi amigo Felipe

Eduardo Riestra
eduardo riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

18 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando conocí a Felipe, ambos teníamos catorce años y estábamos internos en un colegio. Yo entonces era un joven poeta maldito, aunque mis hormonas de pubertad continuamente daban con mis versos en el romanticismo más vergonzoso. Tanto era así, que cuando a Neruda le concedieron el Premio Nobel mis compañeros acudían a mi cuarto para felicitarme. En cambio, Felipe era un científico precoz con ínfulas libertarias, como el jovencísimo Julio Camba de los años de Buenos Aires, y cuando los otros niños españoles jugaban con el Cheminova, él fabricaba nitroglicerina y hacía pruebas en el patio de atrás de su casa de Asados los fines de semana. Juntos nos habíamos estudiado la tabla periódica de los elementos, y también jugábamos ferozmente al ajedrez, sin compasión. Como se ve, Felipe se movía entre Molotov, Kasparov y Mendeleiev, porque los de Rianxo tienen un vago aire soviético. Luego irrumpió en su vida Sigmund Freud, y abandonó la química por el psicoanálisis. Felipe no se andaba con medias tintas. Pero en la universidad se aburría como una ostra de Arcade. Entonces se volvió a sus playas de la ría de Arousa, donde comenzó a recolectar conchas y cristales y donde conoció a la guapa -que era guapa, pero no tonta-. Y se quedó con ella los últimos 35 años de su vida. Eso se acabó de un mazazo esta semana, en que Galicia explotaba en fuegos y fiestas. Un cáncer cruel le pasó por encima como una locomotora y nos dejó perplejos y desconcertados. Y a la guapa llorando desconsolada.