El pasado miércoles salí de Santiago sin perder completamente la esperanza. Acababa de presenciar un acto protocolario que, en contra de todo protocolo, se llenó de emoción. También de solemnidad, como corresponde a la entrega de las medallas de oro de Galicia: esas que cada año se conceden a personas que han acreditado méritos para ser portadoras de nuestra más alta condecoración institucional. Y digo que salí sin perder la esperanza porque habían sido homenajeados dos hombres de la política que no tienen nada que ver, por fortuna, con esta política que nos hiela: la perpetrada en forma de fracaso en una investidura bochornosa, esperpéntica, ignominiosa y humillante para la democracia y la ciudadanía. La política fue una mercancía durante la sesión de investidura de la pasada semana. Y los políticos protagonistas, por desgracia, el espejo contrario de lo que yo había contemplado el miércoles. Galicia premió a Javier Fernández y Juan Vicente Herrera. Uno, socialista. El otro, popular. Uno, de izquierdas. El otro, de derechas. Se confesaron mutua amistad y a lo largo de su vida de servicio público hicieron del consenso, el pacto y la distinción intelectual su bandera. Nada que ver con el presente. Vivimos una época tan pobre en lo político y tan exigua en lo intelectual que a uno, de vez en cuando, le entran ganas de no volver a escribir de política. Pero es tan relevante ella, la política, que renunciar a su comentario sería como decir que ya no me importan ni el presente ni el futuro. Somos seres políticos porque somos seres humanos. Y somos humanos, más humanos, porque creemos en la democracia y el sentido común. La democracia está herida. El sentido común ya es una virtud en extinción, como la filología, la filosofía, el latín, la literatura...
Lo vivido es tan demencial que faltan calificativos para describirlo. La buena educación me impide utilizar algunos que se agolpan entre mis dedos. No lo haré. Solo pido que no continúe esta farsa. Sin embargo, ¿cómo ponerle punto final? Es imposible. Si Iglesias y Sánchez llegasen ahora a un acuerdo, ¿quién podría fiarse de cualquiera de los dos? Y, si no llegan, ¿cómo ir a urnas olvidando todo lo pasado? Ha sido bochornoso, repito. Y quizá nosotros también tengamos la culpa. Nosotros, que votamos como votamos. Que hemos dado poderosas alas en el legislativo a los que quieren abolir la monarquía parlamentaria, que ha propiciado la era de mayor progreso de la historia de España. Que hemos otorgado dos millones setecientos mil votos a los que desean salir de Europa o dinamitar la convivencia autonómica. Nosotros, que callamos cuando echaron a un buen presidente: Rajoy. Nosotros, que hemos propiciado que Gabriel Rufián (antológica su rueda de prensa acompañado por una diputada de Bildu) sea el mediador entre los partidos que quieren gobernar el país que él detesta y del que quiere salir. El fracaso, no lo duden, también es nuestro. El socialista Javier Fernández y el popular Juan Vicente Herrera seguro que me entienden.