Todos los nombres del presidente

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

19 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Parece mentira, pero no. Sánchez, político conocido por una impúdica ambición, parece creer ahora que no es aplicable a los demás su única regla fija de conducta: la búsqueda del poder a cualquier precio. Solo así cabe entender que afirme que sus competidores están obligados a darle lo que él jamás les otorgó, aunque fuera al precio de forzar, primero una repetición electoral, tras el enloquecido «no es no» que le costó el liderazgo del PSOE, y, luego, una censura disparatada que acabó en nuevos comicios un año antes de cuando debían haberse celebrado.

Si no se le deja gobernar en solitario ¡con 123 diputados!, Sánchez amenaza ahora con el que sería el tercer adelanto electoral que habría que colocar en su pasivo. Pero a diferencia de Rajoy, que no podía ser investido sin la abstención socialista, Sánchez puede serlo, bien con Ciudadanos, bien con Podemos, PNV, Coalición Canaria, Compromís y los Regionalistas de Cantabria. Siempre, claro, que los tres diputados suspendidos de ERC no renuncien a su escaño y ese grupo no decida votar contra el PSOE.

Sea como fuere, existe otra condición esencial para lograr la investidura: que el candidato socialista renuncie a la fantástica ensoñación que vive pese a su pírrica victoria. A saber: que los demás han de apoyarlo, como suele decirse, por su cara bonita, porque él representa la única opción de gobierno (lo que es cierto) y porque, si no se avienen a apoyarlo a cambio de nada, castigará a sus competidores ¡y al país! con nuevas elecciones, lo que supone un chantaje inadmisible.

Sánchez podría intentar formar una mayoría con Ciudadanos, aunque para ello existen dos dificultades, obviadas por los defensores de tal alternativa: que tanto el PSOE como Cs insistieron durante la campaña en que eso jamás sucedería; y que Sánchez no puede pretender ser investido por Ciudadanos para luego gobernar cuando le haga falta con Rivera, y, cuando le convenga, con Podemos y los separatistas. Así no funciona ningún sistema parlamentario del planeta aunque Sánchez esté empeñado en tal dislate.

La facilidad para el pacto con Iglesias es que ese fue el que tanto él como Sánchez dieron a entender que se formaría tras las generales con su campaña de «hay que parar a las tres derechas». Que Podemos exija un gobierno de coalición a cambio de su apoyo es tan coherente con las reglas del parlamentarismo como extravagante (y mentiroso) llamarle a tal «gobierno de cooperación». Los riesgos de esta opción son palmarios, desde luego: por un lado, PSOE y Podemos no suman para gobernar establemente; por el otro, Podemos intentará, según es ya obvio, superar a Sánchez por la izquierda para evitar su desaparición.

Esos son los nombres del presidente. Y esos los problemas de ganar con tan corta mayoría. Sánchez cree que podrá superarlos ignorándolos, lo que constituye un seguro camino hacia el desastre. El suyo. Y el de España.