La medalla de Fraga

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

16 may 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Tengo que reconocer que siempre he detestado a Manuel Fraga Iribarne. Era tan egocentrista que se refería a sí mismo como Fraga, y para despreciar a sus conselleiros, a los que trataba como bedeles -como unos bedeles maltratados, se entiende-, usaba su memoria y su puntualidad, que es como ponerse alzas en los zapatos. Llegaba a las siete para que todos llegaran tarde. Montó un sistema clientelar basado en las diputaciones que mantuvo la política gallega anclada en el siglo XIX. Creó, en fin, La ciudad de la Cultura, un derroche digno de un reino centroafricano y una ofensa a la arquitectura racional.

 Y aunque sé que también hizo cosas buenas, como la ley de prensa, como la Constitución, no seré yo quien lo defienda. Paisanos tengo que lo harán con mayor eficacia.

Ahora bien, la mezquindad demostrada por esa mayoría municipal que le ha arrebatado a un muerto algo que ese mismo organismo le concedió en 1968, me parece una decisión cobarde. Y que conste aquí que tengo amigos entre esos a los que acuso. Porque el delito, si existe, estará en quien concede y no en el concedido, digo yo. Y aunque considero que ni un ministro ni nadie debe dejarse hacer la pelota, y que está muy mal que un jefe acepte premios de sus subordinados, creo que la historia no se puede cambiar, y estos brindis al sol, estos gestos gratuitos y cursis hacen poco a los verdaderos intereses de los que quieren recuperar a sus abuelos y sus padres de las cunetas y enterrarlos en sagrado, en el sagrado que sea. Y porque se empieza con Fraga y se acaba con Viriato y Breogán.