Hijo y nieto de gente sencilla, con raíces gallegas y castellanas, Ildefonso Rodríguez fue, sobre todo, esposo, padre, amigo de sus amigos y, especialmente, empresario. Le gustaba tanto el mundo de los negocios que fue -para lo bueno y para lo malo- el hilo conductor de su vida. Intentó mantenerse fuera del protagonismo de los medios porque él, antítesis del hermetismo, pedía discreción. Entre sus amigos, Javier Cañás, José Souto y Roberto Tojeiro. También Evaristo y Ángel, hermanos del alma, de los juegos de la infancia y socios para resolver los problemas propios de cuando uno entra en años. La manera de ser de Fonso hizo dudar de la noticia. Era fuerza, iniciativa e ímpetu. Supo tratar a los antagónicos: desde Núñez Feijoo (PP) a Xulio Ferreiro (Marea Atlántica). Su faceta de duro negociador se fulminaba cuando hablaba de sus hijos, Andrea e Ildefonso, a los que adoraba. Amaba a su mujer, Patricia, con la que hizo durante más de 20 años un tándem perfecto. Juntos. Le gustaba conversar, disfrutar del mar -sobre todo si el barco lo llevaba ella-, salir en bici con un grupo de amigos de lo más dispar y quedar a cenar. Abierto y sociable. También sensible. Se lo digo yo. Optó por estar en el día más horrible de mi vida a nuestro lado, y no tenía que haberlo hecho.