Rivera, o no sabe o no se entera

OPINIÓN

SUSANA VERA | Reuters

09 may 2019 . Actualizado a las 11:26 h.

Sería bueno que alguien le recordase a Rivera que el día 28 de abril hubo elecciones, y que la correcta lectura y asunción de los resultados es una característica esencial del juego democrático. Pedro Sánchez, por ejemplo, sabe que hubo elecciones, y que, aunque solo tiene 123 escaños, las ganó. Por eso viste trajes impecables, abre diálogos institucionales con sus adversarios, rehúsa los micrófonos cuando la institución no los exige, sacrifica la presidencia del Senado para cerrarle la boca a Iceta, e intenta dar apariencia de seriedad y quietud a un Gobierno, en principio monocolor, que siempre tendrá que convivir con una peligrosa marea de fondo. Pablo Casado, en cambio, que también sabe que hubo elecciones y que las perdió, está rectificando el discurso derrotado a toda velocidad, reivindica con gestos, propuestas y palabras su papel institucional de jefe de la oposición, e intenta rebajar el ritmo del partido para que su reposición estratégica se haga visible antes de que se convoquen nuevas elecciones.

También Pablo Iglesias tiene claro que ha habido elecciones y que a su partido le fue francamente mal, que los tiempos del asalto al cielo han quedado atrás, y que, si sigue jugando por la banda antisistema, le puede pasar lo mismo que al Barça en Liverpool, por no haber leído correctamente el partido de ida. Por eso vemos a Iglesias con chaqueta, con la coleta algo recogida, hablando como un líder clásico, olvidando su antigua promesa de negociar y redactar los pactos ante las cámaras de televisión, y recordándole a los demás partidos que ahora toca «prudencia, discreción y tranquilidad». Más aún, tras haberse pasado la campaña anunciando que la entrada de Unidas Podemos en el Gobierno sería la conditio sine qua non de cualquier pacto de estabilidad con el PSOE, el nuevo vecino de Galapagar accedió a tragarse en público todas las rayas rojas que había pintado, para decir que es optimista, y que Pedro y él ya han llegado al importante acuerdo de que «hay que llegar a un acuerdo».

La excepción a esta ola de sentido común y buen comportamiento -que no elimina los desacuerdos y tensiones, pero favorece su gestión- es Albert Rivera, que, contagiado del mismo estrés que le llevó a pasarse de frenada en el segundo debate, sigue tratando a Sánchez como un okupa de la Moncloa; quiere ser la oposición -en lugar de Casado- con la misma obsesiva tozudez de aquel visir Iznoguz que quería ser califa en lugar del califa; y acelera todas las estrategias de derribo de Sánchez con la falta de realismo y exceso de mala cabeza que atribuiríamos a un corredor que iniciase la maratón esprintando. Por eso ofrece pactos que ni son necesarios, ni están a su exclusivo alcance, mientras se enroca como un niño enfadado frente a la única alternativa y patriótica -posible y conveniente, aunque no obligatoria-, consistente en formar un Gobierno centrado, coherente y estable con el PSOE. Y todo porque Rivera aún no sabe -o no recuerda- que el 28A hubo elecciones generales.