El arte entre los helechos

OPINIÓN

CEDIDA

30 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado fascina. El futuro inquieta. Sí que podemos arrancarle suspiros a lo viejo, aunque Lorca escribiera que no. Duelen las 3.500 estaciones de petroglifos de Galicia, tal vez 5.000, escondidas tras un grueso manto de indiferencia. Sufren, quizás por las atrevidas inquietudes de sus autores, castigo entre tojos y eucaliptos, al albur de la primera desbrozadora que las alcance. Las de Alta (Noruega), Tanum (Escocia), Bru na Boinne (Irlanda) y Valcamónica (Italia), entre otras de Europa, están reconocidas por la Unesco. Aquí tenemos una inexplicable inclinación a despreciar lo valioso. En un museo de Múnich lucen la fotografía de un grabado de Conxo a menudo adornado por la maleza y el desinterés generalizado. En el área atlántica peninsular los hay geométricos, figurativos y bélicos. En ningún otro lugar hay tanta variedad. Son los lienzos de nuestros artistas de la Edad del Bronce. Hay composiciones que los visitantes fotografiarían con fruición si las viesen colgadas en el Reina Sofía o el Thyssen. La vida, la guerra, los cultos, la religión, o vayan a saber qué misterios, están guardados o escondidos entre esos gastados surcos hechos sobre el granito con una pericia indescifrable. Son los Goya, los Velázquez, los Asorey, los Laxeiro de nuestra prehistoria que no conocemos porque el ingenio no nos alcanza tan atrás. Obras maestras del arte prehistórico, el otro Pórtico de la Gloria, pero entre helechos. Trazos sobre el paisaje, los astros, la fertilidad, la caza, los fenómenos celestes... «El mejor profeta es el pasado», escribió Byron. Millones de personas viajan cada año a contemplar los primeros testimonios humanos en Europa, y nosotros, con el muestrario desvencijado.