Algunos expertos abogan por volver a consultar a los británicos sobre la salida de la Unión Europea, pero otros creen que ello supondría polarizar aún más a una sociedad profundamente dividida

La incertidumbre sobre la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea (el Parlamento británico aprobó este miércoles prorrogar el «brexit» hasta el 22 de mayo, si previamente se aprueba el acuerdo de salida, o hasta el 12 de abril si no refrenda un pacto), ha hecho que se plantee la posibilidad de repetir el referendo y que los británicos puedan pronunciarse por segunda vez sobre la cuestión.


A favor

«Brexit»: pisar el freno en caso de duda

El Parlamento británico sigue intentando excluir la posibilidad de un no acuerdo para el brexit, pero al mismo tiempo continúa fracasando en la búsqueda de una alternativa adecuada. Los resultados de las últimas semanas en la última ronda de votos parlamentarios confirman que el brexit duro sigue siendo el escenario predeterminado.

Hasta ahora, la primera ministra May ha intentado utilizar la amenaza de un no acuerdo para conseguir el voto a favor de su acuerdo de los diputados pro brexit blando, y la amenaza de que no haya ningún brexit para persuadir a los brexiters duros a hacer lo mismo.

Ninguna de estas amenazas han demostrado ser efectivas y el acuerdo de la señora May está casi muerto. Esto significa que, ahora mismo, no podría haber un brexit suave: Hay un brexit duro o no hay brexit.

Pero esta es una elección mala en vista de lo dividido que está el país. Y es precisamente por eso que el Parlamento no debería decidir por sí solo. Una elección como esta debería consultarse con la población británica, en particular porque ya no es posible que sigan alegando ignorar lo que la salida del Reino Unido de la UE significaría.

Al entrar el resto de la UE en el juego hace que tengamos dos opciones posibles de extensión, a petición británica. En el supuesto de que el acuerdo de May se apruebe, el Reino Unido abandonará la UE el 22 de mayo; se esfuma la incertidumbre y se afianza la continuidad. Sin embargo, existe la posibilidad de que se garantice una extensión más larga, haciendo que el Reino Unido participe en las elecciones europeas. Para el 12 de abril, el país tendrá que comunicar si opta por esa opción y de qué manera. El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ha insistido en las últimas semanas en que la UE no debería obstaculizar el camino si el Reino Unido necesita más tiempo para reconsiderar qué quiere hacer.

Lo que creemos que Tusk está intentando conseguir es cambiar el escenario predeterminado de un brexit duro a un no brexit (temporal). Su línea de pensamiento, desde nuestro punto de vista, es que si el Reino Unido no puede ponerse de acuerdo sobre el camino a seguir, lo menos que podría hacer es considerar opciones que aporten estabilidad (como miembro de la UE). Es lo correcto cuando estás contemplando un cambio de dirección pero no puedes lograr un acuerdo y, lo que es peor, existen profundas divisiones. Así que tomen el tiempo necesario para consultar a toda la ciudadanía, preferiblemente a través de elecciones, para saber qué quieren antes de seguir el camino hacia un brexit duro o la revocación del artículo 50. Nos parece que, de un modo u otro, el Reino Unido necesita recular y consultar a su propia gente.

Autor Maria Demertzis / Nicola Viegi Representantes de Bruegel, «think thank especializado en economía y con sede en Bruselas, creado en el 2004

En contra

Tres años después, el «brexit» se eterniza

Tras cerca de medio siglo en la UE, la economía, la legislación y la vida cotidiana británicas están profundamente ligadas a la sociedad europea. Hacer creer a la opinión pública británica que estos lazos se pueden deshacer de un día para otro, sin coste alguno y facilitando la recuperación por el Reino Unido del protagonismo mundial que tuvo durante el viejo imperio británico, es pura irresponsabilidad política. Pero esta irresponsabilidad, propia de los movimientos populistas, ha prendido, también, en los partidos tradicionales británicos, tal y como aconteció, hace tres años, cuando el entonces premier, David Cameron (hoy desaparecido del mapa político), decidió inoportunamente y por pura estrategia política someter a referéndum la permanencia del Reino Unido en la UE (23 de junio de 2016). Debió antojársele que este procedimiento era el idóneo para, a través de una pregunta elemental y binaria (retirada o permanencia), sacarse de encima problemas mucho más complejos. La maniobra no le salió bien, pues tuvo que dimitir, dejando una pesada herencia a su sucesora, Theresa May.

La dificultad de manejar esta herencia se manifestó al instante. Así, la política británica tardaría cerca de un año (29 de marzo de 2017) en activar el artículo 50 del Tradato de la Unión Europea, notificando formalmente la decisión de retirarse de la UE. A partir de ahí, el reloj jurídico empezó a funcionar, dos años de plazo para negociar un acuerdo de retirada y, en caso de no alcanzarlo y si no hubiera prórroga, salida abrupta de la UE.

Desde el primer minuto se evidenciaron las dificultades que el negociador británico encontraba para presentar propuestas, de manera que pronto la iniciativa recayó en la Comisión Europea que, bajo la batuta diplomática de Michel Barnier, fue conduciendo las discusiones hasta la redacción y aprobación de un Proyecto de Acuerdo de salida (13 de noviembre de 2018). Pero este proyecto precisaba para su ratificación la aceptación tanto por el Parlamento europeo, lo que se daba por descontado, como por el Parlamento británico, lo que era menos evidente, como fue fácil de comprobar, al asistir perplejos a las idas y venidas entre Downing Street y Westminster y a las innumerables e inútiles votaciones parlamentarias.

Estos debates bizantinos están privando de tiempo al Gobierno May para ampliar las negociaciones hasta el 22 de mayo, y empujan el proceso hacia una salida abrupta el 12 de abril o a la renegociación de una nueva prórroga. En el primer supuesto, y por si acaso, las autoridades europeas ya han anunciado la adopción de medidas de contingencia. En el segundo caso se abrirían dos posibilidades: una, solicitar una prórroga para seguir negociando, lo que supondría la participación del Reino Unido en las elecciones al Parlamento europeo en mayo; y otra, que el RU revoque unilateralmente la notificación del artículo 50, permaneciendo en la UE. Y, ambas, pienso abrirían el camino a nuevas elecciones en el Reino Unido y, en tal caso, a que los contendientes pudieran incluir en sus programas el brexit, posibilidad preferible, a mi juicio, a un segundo referéndum, que agravaría la polarización de la sociedad británica y, seguramente, nos retrotraería a la casilla de salida, asistiendo de nuevo a un proceso similar al que ahora vivimos. Escenario inimaginable hace tres años, cuando los políticos británicos embarcaron a su país en esta infeliz singladura.

Autor José Manuel Sobrino Heredia Catedrático de Derecho internacional público de la Universidade da Coruña
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¿Debe el Reino Unido repetir el referendo del «brexit»?