Europa y el mar

OPINIÓN

JOSE PARDO

04 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

En la construcción histórica de Europa, el mar ha sido un factor decisivo. Fue Temístocles quien llegó a decir a sus ciudadanos que «había que vincularse al mar» (Tucídides, I, 93-94). Y fue el mar quien dio lugar a la Talasocracia ateniense. El mar, por consiguiente, fue uno de los principales vehículos de los intercambios, de las influencias y de los mensajes en la historia europea. Asimismo, fue un lazo de unión y centro de gravedad entre los diferentes reinos, monarquías y tierras europeas. La configuración política de Europa dependió en gran parte de quien ejercía el predominio sobre el mar. Sin el mar, ni venecianos, ni genoveses, ni normandos ni la Corona de Aragón, hubieran sido los que fueron. Sin el mar, tampoco Portugal hubiera logrado, en los siglos XV y XVI, ser el país de los descubrimientos de los mundos atlánticos e índicos. 

Políticamente, Europa depende de la conjunción marítima de sus dos amplias vertientes. Por un lado, Carlos V llegó a dominar simultáneamente el área hanseática y Flandes junto a los espacios españoles e italianos; al igual que Luis XIV cuando controló las dos fachadas europeas. Por otro lado, la rivalidad por el control del mar hizo de Inglaterra un imperio comercial. Finalmente, el mar también ha facilitado alianzas familiares, negocios y rasgos de pertenencia comunes, pilares básicos de la historia europea.

Sin embargo, el mar es una herencia disputada. Se considera de gran valor por aquellos que se creen con derecho a ella. La ambición británica ha hecho escribir a Richelieu lo siguiente: «El mar es una de esas herencias de las que todos los soberanos pretenden quedarse con la mayor parte; y, sin embargo, es aquella sobre la que los derechos de cada cual parecen menos claros. El dominio de esos elementos nunca estuvo bien asegurado para nadie… Hay que ser poderoso para pretender esa herencia».

Así las cosas, es fácil sentenciar el hecho de que los países marítimos se muestran, generalmente, individuales y liberales; en tanto que los continentales son más autoritarios y sociales, mostrando en sus marcos de funcionamiento organizaciones más jerarquizadas.

Si el mar tiene un gran peso en la historia, lo tiene más en las referencias al futuro. Curiosamente, en este aspecto, ni Europa ni España ni Galicia han mostrado una gran disposición a resaltar la relevancia del mismo. Escasean los planes estratégicos y los compromisos reales. Al punto que se aprecia y constata una decadencia marítima de Occidente a favor del continente asiático, máxime con los nuevos planteamientos chinos de redefinir la histórica ruta de la seda. Además, los últimos datos revelan la continua emergencia de buques con pabellones de estado en países distintos a los europeos y un continuo despabellamiento comunitario que debilita la calidad de nuestros agentes económicos. Por no citar el desplazamiento hacia Asia de las actividades relacionadas con la construcción naval, desarrollos portuarios, y cadenas de suministro y distribución globales.

En suma, la Europa Azul sufre una laboriosa gestación. En algunas ocasiones choca con unas competencias fraccionadas dados los múltiples subniveles de gobernanza, de políticas de estanqueidad, y sin apenas coordinación entre acciones. En otros supuestos, no hay acuerdos sobre la regulación y procedimientos en el mercado de servicios o de normas sociales y laborales. En unas terceras, los egoísmos locales impiden acuerdos transfronterizos y globales, enfatizando con ello la multiplicidad de realidades. Da la sensación de que estamos delante de grandes retos que debemos superar sin retraso. El primero, el individualismo, que refuta la cooperación y solo busca reforzar los criterios de rentabilidad y competitividad. Afecta a las distintas concepciones y velocidades de inserción y armonización europea. Y el segundo eje hace referencia a lo compartido. Esto es, saber si somos capaces de postular y prepararnos para afrontar los cambios estructurales en una sociedad en mutación. En cualquier caso, tres cuartas parte del planeta es mar.