Vidas paralelas

OPINIÓN

ed

El actor Liam Neeson está más castigado por confesar que buscó a hombres de raza negra para matarlos en venganza por una violación a una amiga que un actor afroamericano que mintió sobre un ataque racista

03 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A veces, lo que no ocurre es más interesante que lo que ocurre. Por eso, además de la historia, tenemos la literatura, que goza de más seguidores. Es lo que sucede con las peripecias, extrañamente paralelas, de dos actores que han estado en los medios en los últimos días. En ambos casos han despertado la ira o la compasión de millones, no por algo que hayan hecho, sino por lo que no han hecho.

Por una parte, está el actor norirlandés Liam Neeson. Neeson estaba el mes pasado promocionando su última película, que trata de un tipo que se venga -y que es, por cierto, el tema de casi todas las películas de Liam Neeson-. En un arranque de sinceridad, el actor decidió contar en una entrevista que él mismo también quiso vengarse en cierta ocasión de la violación de una amiga suya. La amiga le había dicho que el violador era de raza negra, así que a Neeson no se le ocurrió otra cosa que ir a buscar a un negro, el que fuera, para matarlo. Un pensamiento racista, sin duda. Pero vivimos en un tiempo en el que los pensamientos provocan la misma o más indignación que las acciones, quizás porque estamos acostumbrados al universo virtual de Internet, que es un mundo de pensamientos sin acción. Neeson ha caído en desgracia, se ha cancelado la promoción de su película y no se sabe si podrá volver a trabajar. A los indignados con Neeson se les escapan, creo, tres detalles importantes: que él lo contó como algo que le atormentaba y de lo que estaba profundamente arrepentido; que, de no haberlo mencionado él mismo, nadie se habría enterado; y que el hecho, simplemente, no ocurrió.

Por otra parte, está el caso de Jussie Smollett, un actor afroamericano de culebrones que denunció casi al mismo tiempo haber sido víctima de un ataque racista y homófobo por parte de un par de individuos que le agredieron en Chicago, y que le colgaron una soga al cuello mientras gritaban eslóganes en favor de Donald Trump. Como la historia encajaba en la narrativa antiTrump, fue adoptada inmediatamente por los medios, que en seguida la convirtieron en un ejemplo del auge del racismo que ha provocado su elección como presidente. Y eso a pesar de que la historia era un tanto sospechosa desde el principio. De hecho, ahora se sabe que Smollett pagó a dos hermanos nigerianos amigos suyos para que hiciesen de racistas blancos. Hay imágenes de circuito cerrado en el que se les ve comprando la soga en una ferretería; y Smollett tuvo la poca prudencia de pagarles mediante un cheque nominal, que no es el medio de pago más recomendado en el mundo del delito.

Plutarco podía haber escrito con estos dos actores una de sus «vidas paralelas» con moraleja. Solo que la moraleja es en este caso retorcida. Neeson dijo la verdad, Smollett mintió. Pero los medios han castigado más al primero por su sinceridad que al segundo por su mentira. Es una cuestión de apariencias. Neeson, blanco, parece un agresor, aunque no lo sea. Smollett, negro, parece una víctima aunque tampoco lo sea. En realidad, Smollett es el agresor, aunque fuese de sí mismo, mientras que Neeson es más víctima, también aunque sea de sí mismo. Es inevitable pensar que si los dos se hubiesen encontrado en el momento adecuado, ambas historias habrían acabado siendo verdad. Pero eso no ocurrió, afortunadamente. En realidad, no ocurrió nada. Lo que no impide que los dos episodios hayan desatado en un caso el odio y en el otro la compasión. Porque odio y compasión, a veces, no son sino algo que nace y crece de las ideas preconcebidas de quienes odian o se compadecen.

?