La volatilidad de lo efímero

OPINIÓN

11 ene 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Los recientes acontecimientos en el mundo, ya sean los referidos a los chalecos amarillos franceses, a las reivindicaciones polacas, a las manifestaciones austríacas, a los que protestan en América del Norte; o a los casos más recientes de brasileños, mexicanos e italianos, entre otros, revelan las múltiples incógnitas que se agolpan en la mesa de los sociólogos y de los políticos. Las preguntas se centran hacia dónde se dirige la sociedad y cuáles van a ser las ideas prioritarias del mañana. Ante el amplio cúmulo de situaciones, una mayoría de analistas se inclinan en sostener que los orígenes del actual momento proceden del triunfo del populismo, cuyas tesis proclaman cambios radicales de los sistemas anteriores, centrándose en modificar aspectos tan consolidados como los contratos sociales, las pautas del estado de bienestar y la no asunción de las reglas aceptadas mayoritariamente. Es lo que algunos profesores definen como ‘el negacionismo contestatario’. Sus orientaciones doctrinales pudieran radicar en el predominio de la sensación de hartazgo y de las excesivas dificultades de satisfacer sus expectativas. Para ellos la única solución es pronunciarse en contra de la democracia y reaccionado en función de demandas inmediatas, pero sin llegar a alcanzar compromisos y acuerdos de larga duración. Se podría decir que sus bases de actuación se sustentan en la improvisación, en la preocupación por lo inmediato y animados por una revuelta continua. En consecuencia, sus demandas son infinitas, sin preocuparse por la definición e implantación de reglas, o por la asunción de convenciones participativas y democráticas. Dejan, pues, de lado todas aquellas muestras que se sustenten en la justicia, en el análisis preciso de las cuestiones o en los procesos de evaluación continua.

Frente a esas corrientes están otras que buscan modificar los aspectos derivados de la representación política. Sus tesis se fundamentan en renovar las bases democráticas. Para ello, reclaman el culto al referéndum permanente y a todo rechazo contra los procedimientos tradicionales, clásicos y habituales. Sus proclamas están orientadas a hacer una fuerte presión a las instituciones y a la sociedad en general, para aumentar el descrédito de los actuales políticos, y a proyectar fracturas en los territorios y en la sociedad evitando, con ello, llegar a lograr cualquier forma de consenso.

Ambas corrientes buscan un protagonismo efímero. Solo desean que aflore un liderazgo coyuntural, sin saber muy bien el para qué. Las grietas y las fracturas que provocan hacen que algunas fuerzas políticas, grupos económicos y agentes sociales se confundan constantemente a la hora de enfocar sus programas y a actuar acordes con la defensa de sus programas doctrinales e intereses. Dicho de otro modo, en la medida que los defensores de las ideas (ya sean liberales o socialdemócratas) no recuperen y defiendan el respeto por lo propio, difícilmente tendrán influencia para corregir situaciones como las que estamos viviendo en estos últimos tiempos.