Los telefilmes han encontrado su rincón en las tardes del fin de semana de Antena 3, un referente a la altura del clásico Estrenos TV de películas hechas para televisión que nunca llegarían a exhibirse en una sala de cine. Ahí, filmes de bajo presupuesto se reivindican como un género con historia propia al que, de modo excepcional, se han adscrito obras de culto como El diablo sobre ruedas, de Spielberg.
Roma no es un telefilme, por mucho que su estreno se produzca desde el viernes en las casas de los abonados a Netflix y su paso por los cines sea testimonial. Roma es un cambio de paradigma, todo un León de Oro de Venecia aterrizando directamente en el entorno doméstico y saltándose todos los pasos previos y ventanas de exclusividad de la distribución tradicional. Por cosas como esa la película de Alfonso Cuarón se quedó fuera del festival de Cannes, que suscribe las reglas canónicas de la exhibición, aunque eso no le ha impedido convertirse en una de las grandes películas del año. Del mismo modo que Netflix cambió las reglas del juego en el ámbito de las series, ahora quiere hacer lo mismo con el cine llevando el primer pase directamente a la televisión, al ordenador, a la tableta o, hay que admitirlo, al teléfono móvil. Es el signo de los tiempos. Hoy todas las pantallas llevan a Roma.