No todo vale

Javier Peteiro Cartelle EL DEBATEPOSICIONAMIENTO TRAS LA MODIFICACIÓN GENÉTICA DE DOS BEBÉS

OPINIÓN

28 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hemos sabido recientemente de la supuesta «creación» de los dos primeros bebés resistentes al VIH. Llamativo. El sida, que segregó a tantos, es presuntamente segregado. Nada más loable en apariencia. Es una ciencia sospechosa la que no usa los cauces de difusión habituales, pero, en cualquier caso, lo relevante aquí no es un supuesto y discutible avance técnico, sino sus implicaciones, que entroncan con algo ya viejo. Estamos ante la tentación eugenésica, que se relaciona a su vez con un perverso ideal de pureza que ve en el otro, en el impuro, algo, que no alguien, a corregir o a extirpar. 

La dicotomía permanece en la historia. Nosotros y los otros. El temor al otro, al diferente, lo percibimos de modo cotidiano en los telediarios. Esa obsesión eugenésica fructifica desde hace tiempo en sentido negativo, es decir, en un número de abortos que crece a medida que se desarrollan los cribados prenatales. Cabe ya la pregunta por un potencial aborto si se sabe que el embrión porta un gen defectuoso que acarrearía una enfermedad de adulto (huntington, alzheimer…).

En el ideal de pureza, el mal ha de extirparse. Ocurrió en Alemania, con esterilizaciones masivas y con la industrialización de la muerte, cuando la ciencia internacional hablaba alemán y Göttingen era foco de sabiduría. Lo peor y lo mejor pueden coexistir. La Historia nunca se aprende, solo se repite. Nuestro desarrollado mundo atraviesa una fase de infantilización en la que la ciencia es percibida como religión salvífica, tendiendo a delegar en los investigadores la responsabilidad exclusiva de lo que hagan, siendo así que con mucha frecuencia la ciencia es concebida como la realización de lo posible, por banal o brutal que esto sea.

Estamos ante un serio problema. De tanto adorar a la ciencia y despreciar lo humanístico, empezando en la enseñanza más básica, nuestros jóvenes están siendo adoctrinados en un cientificismo mítico, que adora a un dios llamado progreso. Quizá no sea casual que esta fantasía de una ciencia omnisciente y omnipotente se asocie al potencial retorno de un totalitarismo político occidental.

Que se escandalicen muchos científicos ante la noticia aquí comentada es poco relevante, porque todos los ciudadanos somos implicados y advertidos de la imperiosa necesidad de una política que garantice el control ético de lo que se enseña y de lo que se investiga, algo muy diferente a la patética presencia de científicos en el Congreso con pretensión educadora hacia una «política basada en la evidencia». No todo vale.