La cloaca también engulle a Cospedal

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

PAOLO AGUILAR | EFE

30 oct 2018 . Actualizado a las 07:45 h.

Fue Felipe González quien acuñó la frase. «El Estado de Derecho también se defiende desde las alcantarillas». El socialista trataba de justificar así, sin asumir jamás la responsabilidad, la creación de los GAL, que practicaron lo que se llamó la «guerra sucia» contra ETA mediante secuestros y asesinatos, en algunos casos de inocentes que nada tenían que ver con el terrorismo. Ese concepto de que para defender el Estado debe haber personas con licencia para actuar al margen de la ley existía desde mucho antes en casi todos los países democráticos.

Hoy sabemos que esa teoría constituye un error garrafal que facilita que personajes abyectos acaben acumulando poder suficiente como para extorsionar a quienes les encargaron actuar desde las cloacas, y también para que políticos y jueces sin escrúpulos los utilicen en su beneficio personal, y no en defensa del Estado. La difusión de las conversaciones grabadas por el comisario jubilado José Villarejo, hoy en prisión, está abriendo los ojos a muchos españoles, que empiezan a comprender en manos de quiénes hemos estado.

Sabíamos hasta hoy que la actual ministra de Justicia, Dolores Delgado, entonces fiscala de la Audiencia Nacional, había celebrado en una comida con Villarejo en el año 2009 que el policía corrupto montara un agencia de prostitución para extorsionar a políticos y empresarios. Y todo ello, en presencia del entonces juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, que pasaba por ser el adalid de la libertades democráticas. Pero hoy conocemos también que la exsecretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, recurrió, también en el 2009, a través de su marido, a ese rey de las alcantarillas para conocer de antemano las operaciones policiales que se iban a desarrollar en casos de corrupción que afectan al PP. Y, lo que es aún más grave, que Villarejo le adelantaba los registros que se iban a efectuar para que procedieran a destruir posibles pruebas, e incluso le aconsejaba influir sobre el entonces líder popular, Mariano Rajoy, para rebajar la presión.

El PP pidió con razón la dimisión de la ministra Delgado tras conocerse su complicidad con los métodos corruptos de Villarejo. Lo que sabemos ahora sobre las prácticas de quien ha sido secretaria general del PP durante los últimos diez años, utilizando para ellas a su marido, no solo la descalifica por completo para seguir ejerciendo la política, sino que exige una investigación a fondo que depure las responsabilidades de todos los implicados y, en su caso, también las penales. Cospedal no puede escudarse, como hace, en que las conversaciones de su marido con Villarejo «no cambiaron nada de lo que sucedió». Y Pablo Casado, que debe en buena parte su liderazgo en el PP al apoyo de Cospedal, tampoco puede limitarse a sostener la tesis de que «son cuestiones de hace años». Si el PSOE y el PP no hacen nada para desatascar esas cloacas y depurar a quienes las utilizaron, caiga quien caiga, los únicos beneficiados serán los que quieren poner nuestra democracia bajo sospecha para destruirla.