Otoñalia

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

13 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Aguardé a que llegaras, a que sentaras plaza con tu carro de lluvias, sembrando octubres con chubascos, con la letanía de los aguaceros, con el mantra incesante del agua que golpea los cristales, con la humedad de brisa joven del orballo, y es ahora cuando te saludo y acaricio tu paisaje de otoño, que como escribió Hemingway en una oración fúnebre para un amigo y luego fue utilizado en su epitafio que «el otoño es la estación que mas amo», lo escribió en el pueblo de Idaho donde se suicidó, lo aseguró por escrito en un verano poco tiempo antes de morir.

Y llegas como siempre, acomodándote en el desván de la memoria hasta que arriben los fríos que preceden al invierno, vienes pintando de ocres y amarillos todos los paisajes, haciendo que las hojas volanderas de los árboles, indolentemente caídas, alfombren de oro viejo los caminos de esta tierra.

Sales por la puerta falsa, por la puerta trasera de un verano que se resiste a ser desalojado del calendario.

Viajas a lomos de un cambio climático que enloquece los mapas del tiempo, que son un resumen cotidiano del atlas de la vida. Subrayas borrascas y alejas anticiclones ignorando donde están las islas Azores, y te enredas entre inexplicables isobaras.

Yo antes te amaba como Hemingway, amaba las torrenteras campesinas, y las fuentes de agua limpia de las aldeas, el cielo decadente de noviembre, las primeras nieves de la sierra, amaba tu melancolía que me apresaba cuando los días mermaban hasta que la noche derrotaba a la luz de la tarde, y cuando llegaba la hora del lusco e fusco, y el horizonte era una línea infinita que dividía la mar en dos mitades, soñaba con libros que convertían la magia de las palabras, en salmos secretos que solo yo podía leer. Soñaba con países que están al otro lado del paisaje, con lunas azules que teñían de añil las madrugadas, pero todo eso pasó vertiginosamente por la ventana abierta de par en par de una vida vivida, y ya no te amo otoño.

Ahora eres una estación en la que la naturaleza cuenta que ya está cansada, que envejeció sin darse cuenta, y que ya solo es útil para fabricar nostalgias que reivindican en dos estrofas los poetas. Ya no te amo otoño, con aquella pasión adolescente de inicio de un curso escolar, donde comenzaba la vida, me detenía a mirarte cuando convocabas con noviembre la fiesta amablemente triste del día de los todos los difuntos, y yo escribía en el aire un réquiem de silencios para todos mis muertos.

Ya no te amo otoño, pero no podré dejar de añorarte nunca, y cada año te escribiré esta carta deslucida y otoñal, celebrando el otoño de mi vida. Podía alargarme y contar las viejas historias que en un tiempo de castañas, otoño, yo escuche en voz baja. Relatos casi susurrados, de náufragos y de aparecidos, de bandidos y cadáveres enterrados en las cunetas de la historia.

En otra de esas ocasiones, mientras miro como la brisa se arremolina y un viento manso hace que las hojas de la alameda bailen un vals antiguo en el centro de la plaza.

Quizás te siga amando, otoño.