El MeToo y la libertad de todos

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

07 oct 2018 . Actualizado a las 10:14 h.

Cuando se cumple un año del MeToo (Yo también) su balance general es, sin duda, claramente positivo. Animadas por el ejemplo de un grupo de mujeres cuya situación era ciertamente peculiar (actrices de Hollywood ricas y famosas), sus denuncias de las agresiones sexuales de las que habían sido objeto (y nunca mejor dicho lo de objeto) para poder iniciar o dar continuidad a sus carreras animó a romper con la escalofriante omertá a la que vivían sometidas en todo el mundo millones de mujeres, modestas y desconocidas, que habían sufrido vejaciones similares.

Por eso el MeToo, revolución contra una intolerable forma de abuso de poder, significó un paso de gigante en la lucha por la igualdad real: la que garantiza que hombres y mujeres seremos tratados, en nuestra vida profesional y personal, según nuestro mérito y capacidad y no por la capacidad para sufrir en silencio las agresiones sexuales de quienes están en condiciones de forzarlas.

El hecho de que muchos de esos presuntos depredadores sexuales hayan reconocido sus despreciables actos casi de inmediato (pensemos en Kevin Spacey, un grandísimo actor, y sobre todo en Harvey Weinstein, durante años el más poderoso productor de Norteamérica) ha generado, como quizá resultaba difícil de evitar, un automatismo entre acusación y presunción de veracidad de los hechos denunciados. Lo que ha dado lugar, a su vez, a un efecto pernicioso que la cobardía frente a lo políticamente correcto no debe evitarnos denunciar: la anulación de otro avance esencial en la historia de la libertad humana. Hablo, claro está, de la quiebra de la presunción de inocencia de los acusados por agresiones sexuales, es decir, del establecimiento en relación con ellos de esa terrible probatio diabolica que obliga al acusado a probar su inocencia y no al acusador a demostrar los hechos denunciados.

Si el retorno de esa probatio diabolica constituye en realidad un pavoroso renacer de un sistema inquisitorial que creíamos olvidado (en el que los acusados debían demostrar que ¡no eran herejes, brujos o reencarnaciones de Satanás!), al calor del movimiento MeToo, no solo justo sino indispensable en la lucha por la libertad de las mujeres, estamos viviendo también la vuelta de un neopuritanismo reaccionario que denuncia por políticamente incorrectos comportamientos que solo una mente enferma puede cabalmente identificar con las agresiones sexuales.

Las tres personas que más quiero en este mundo son mujeres: mi mujer y mis dos hijas. Mi identificación con el MeToo es, por eso, más allá de lo ideológico, vital en el pleno sentido de ese término. Como lo es, desde que soy un adulto, mi defensa de los principios que, como la presunción de inocencia, han posibilitado la libertad de todos. No permitamos que una y otra causas, tan estrechamente unidas, puedan un día llegar a ser contradictorias.