Mefistófeles en Madrid

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed Carosía

07 oct 2018 . Actualizado a las 10:51 h.

Después de una semana dura de revelaciones sobre su relación con la mafia policial, la ministra de Justicia, Dolores Delgado, decidió relajarse yendo a ver la nueva versión que presenta en el Teatro Real de Madrid La Fura dels Baus de la ópera Fausto de Gounod, que, como se sabe, trata de un pacto con el Diablo. Yo creo mucho en estas casualidades. Igual que sospecho que los libros nos buscan, pienso que las óperas nos esperan, o nos persiguen, como quizás en este caso. Podían estrenar otra pieza del repertorio en el Real. Qué se yo, Rigoletto o Aida, pero ponían precisamente esta historia sobre lo mal que acaban los que traban amistad con el mal. No he visto la versión esta de La Fura, pero recuerdo que al principio del segundo acto los estudiantes cantan un coro que es una transcripción literal de una de las famosas grabaciones del comisario Villarejo: «Vin ou bière, / bière ou vin...» que es igual que el «Lola, ¿vino o cerveza?» del comisario mefistofélico que se escucha en el audio de la ya famosa conversación entre juez, fiscal y policías.

Pero dejemos a un lado las tribulaciones de los políticos y centrémonos en el trágico personaje, Fausto. Siempre me ha fascinado. Yo tengo la teoría de que Fausto representa la depresión, esa epidemia de nuestro tiempo. Fausto no es el ambicioso que quiere vivir eternamente, o que ansía el poder o el conocimiento, sino el sabio que se acerca a la vejez y descubre que nada le interesa ya. De repente, siente que ha malgastado su vida entre los libros y que ha cometido «el peor de los pecados que un hombre puede cometer», como decía Borges, no haber sido feliz. Es de ese pecado, de la tristeza, del que quiere redimirse pactando con el Diablo, que es el único que puede darle una segunda oportunidad (no recuerdo quién decía que la vida había que vivirla dos veces: primero como un ensayo general y luego ya la de verdad). Pero pactar con el Diablo es también un acto de fe. Es creer que el mal respeta sus promesas. De hecho, siempre me ha parecido curiosa esta idea del Fausto de que el mal ponga sus compromisos por escrito, como un contrato comercial puramente capitalista, mientras que el bien se baste de un contrato verbal (el rezo).

Como decía: no he ido a ver este Fausto de La Fura. La ópera de Gounod, aparte de sus valores musicales, no me parece la mejor para entender el mito. Mi favorita es la vieja versión cinematográfica de René Clair (La belleza del diablo, 1950) con los grandes Gerard Philipe y Michel Simon. La ópera de Gounod no me entusiasma, pero me hace mucha gracia la simpática recreación en verso que hizo en 1866 el escritor argentino Estanislao del Campo en la que un gaucho, Anastasio El pollo, le cuenta a otro gaucho amigo, Laguna, una representación que vio en Buenos Aires y que entendió a su manera. Anastasio lo explica todo con sencillez criolla: «[Fausto] dijo que nada podía / con la cencia (sic) que estudió / que a una rubia quería / pero que a él la rubia no». Simple.

No sé cómo habrá entendido la ministra de Justicia la obra, y si habrá encontrado en ella algún paralelo incómodo con su roce (no sabemos cómo de intenso) con las cloacas del Estado, que es como decir el mal en una democracia. Probablemente no, porque la presunción de inocencia empieza siempre por uno mismo, mucho más aún que la caridad. Pero quiero creer que le puede haber recorrido un escalofrío la espalda cuando, al final del acto tercero, justo antes de caer el pesado telón, se escucha la risa sonora, heladora, de Mefistófeles...