El trasplante de Abidal

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

07 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

«Pecunia non olet», «el dinero no huele», le espetó el emperador romano Vespasiano a su hijo Tito cuando este le recriminó el establecimiento de una tasa sobre los orines. Los fluidos de las letrinas de Roma eran apreciados en curtidurías de pieles y lavanderías. Pero el peculio sí huele. Incluso puede provocar náuseas su origen, su destino o el objeto de pago. A Sandro Rosell, infausto ex presidente del Barcelona, lo pillaron en una lamentable conversación sobre el supuesto origen del órgano trasplantado al entonces lateral izquierdo Eric Abidal para salvarlo de un cáncer de hígado. La catadura moral de la charla muestra el campo ético que cultivan sus autores. Puede que sea una maniobra de distracción masiva para lanzar una palada más de tierra sobre el ya triste historial de Rosell, cuya prolongación del encierro preventivo da que pensar visto que otros individuos también atrapados en la malla de la corrupción pasean su libertad condicional a la luz del sol. Urge, no obstante, aclarar este inhumano y repugnante episodio. Los trasplantes navegan en sensibles naves empujadas por el viento de la solidaridad y siempre con la ética al timón. Cualquier borrasca o tormenta echa por tierra la esperanza de personas que llevan 3, 4 o 5 años amarradas a una máquina de diálisis, o a las que cuentan los débiles latidos de sus corazones con la ilusión de que no se paren mientras no llega la generosidad de alguien para salvarles la vida. Hay una ingente tarea de sanitarios detrás de tantos éxitos de los injertos. La donación es un gesto genuino de solidaridad humana, esa que no cotiza en bolsa. Es un valor del alma, no de la cartera. Comerciar con órganos es delito, y el peor juego sucio, sea en el fútbol o en la vida.