El señor diputado está encinta

María Xosé Porteiro
María Xosé Porteiro HABITACIÓN PROPIA

OPINIÓN

11 jun 2018 . Actualizado a las 16:44 h.

El gabinete socialista formado por Pedro Sánchez tiene la mayor proporción de ministras del mundo. Nuestro país vuelve a abrir caminos como cuando fue uno de los primeros en legislar contra la violencia de género o en garantizar los derechos LGTBI. Buenos ejemplos de que cuando la política está abierta a los avances sociales se consiguen cambios revolucionarios por vía pacífica. El feminismo es la nueva revolución en marcha, pero una de las barreras más reacias a dejarse caer es el lenguaje. Si solo fuera por razones lingüísticas, el debate estaría zanjado porque hay caminos para abordarlo, pero en su persistencia está la discriminación que consolida la secundarización de lo femenino respecto de lo masculino.

Los guardianes del templo de la misoginia aseguran que la lengua no puede cambiar, pero el gallego, el portugués o el español que hoy hablamos 800 millones de personas, son la prueba de que sí. Sus Academias incorporan sin dificultad extranjerismos, vulgarismos, o adaptaciones territoriales como el español-argentino. ¿Por qué? Pues por la fuerza de la evidencia de que lo que no se nombra, no existe. La resistencia a incorporar el lenguaje inclusivo está todavía menos justificada, ya que las lenguas romances permiten la flexión de género. Si se le pone límites es por prejuicios sociales.

No estamos ante lenguas fosilizadas, estáticas o inflexibles. Cuando actividades consideradas femeninas son asumidas por varones, se masculinizan e incluso, revalorizan: modisto, cocinero, enfermero. Pero cuando hablamos de médicas, juezas o ingenieras saltan los resortes que nacen de la idea de que lo femenino se crea a partir de lo masculino (Adán y Eva), otorgando la prevalencia al varón para las actividades que se desenvuelven fuera de las paredes del hogar. Esto ha cambiado y tendrá que aceptarse que la nueva presencia de mujeres en actividades donde no solían estar debe hacerse visible mediante su designación.

En mi etapa de parlamentaria autonómica solían llamarnos «señoras diputados» hasta que un día aludí a mi interlocutor como «señor diputada». Santo remedio. Desde entonces, convivimos las señoras diputadas con los señores diputados. Es posible derribar las resistencias mentales y sociales que consolidan este otro ancien régime donde nacer varón era mejor y tenía más valor social (véase si no, la Ley Sálica). Y conviene irse acostumbrando porque cuando los cambios son justos y civilizatorios, suelen quedarse. Las reales academias harían bien en devolverle a nuestras lenguas la adaptabilidad necesaria, no vayamos a caer en el ridículo que explicaba Mara Zatti en su blog The Babbel, cuando hablando del italiano decía que si se seguía manteniendo el masculino para designar a los miembros de la Cámara legislativa podría obligar a decir cosas como: «el señor diputado está encinta…».