Que alguien le dé un abrazo a Rivera

César Casal González
César Casal AL ROJO VIVO

OPINIÓN

EFE | Emilio Naranjo

05 jun 2018 . Actualizado a las 07:28 h.

Una compañera periodista lo ponía en redes sociales y tenía razón. Un abrazo, ya. Hasta terminó el debate (donde le salió todo rana, tan rana que a quien algunos veían como rana acabó siendo presidente) poniendo pucheros de niño sin su juguete del adelanto electoral. El campeón mundial de las encuestas, el capitán general de los escaños en gráficos de sondeos, obtuvo el peor resultado en las maniobras parlamentarias. Ni moción instrumental. Ni candidato independiente para firmar el ansiado decreto de urnas. Nada de nada. Hasta ocho partidos, que poco tienen que ver (o nada), se aliaron para gritarle no a Rajoy y, como dice la Constitución, encumbrar de paso al que presentó la moción. Un drama para Rivera y sus aspiraciones. Hasta esa semana negra todo le salía naranja. El partido estaba más efervescente que nunca. Más vitaminado. Tras el chute de las catalanas, mérito de Inés Arrimadas (la candidata perfecta), Rivera seguía de celebración en celebración.

Pero la ansiedad por entrar en la Moncloa, a través de las encuestas, lo mató. Se dio un tiro a sí mismo el día que dijo que la legislatura se había acabado tras la sentencia de la Gürtel. Un antes y un después, señaló categórico. Le quedó muy en plan dirigente de Estado, pero en política, como en la vida, no hay nada peor que amagar y no golpear. Rivera no controlaba lo que el desafío de sus palabras ponía en marcha. Estaba clamando que el principal apoyo del Gobierno había terminado. Hasta el PNV usó el portazo de Albert para la puñalada. Lo que abrió el escenario para la partida de póker más flipante de la transición. Pobre Rivera. A medida que veía emerger a Sánchez, él disminuía. Y sabe muy bien que cuanto más se estire el socialista en la Moncloa, más daño le puede hacer a Ciudadanos.

Como cargarse a Rajoy, si es que Rajoy se va, es otro palo que Rivera se ha dado a sí mismo. Cualquier otro candidato del PP es un rival más duro. Rivera tiene que estar llorando por las esquinas esa ansiedad con la que se engañó. Precipitó un desastre para él y los suyos. Un caos para los naranjas. Siguen de moda. Pero han perdido el rumbo estelar. Ahora la flamante carroza naranja no es intocable. Ahora será exprimida por los dos flancos que antes no la podían alcanzar (Sánchez, en modo presidente, y el PP, en modo ya pagamos los platos rotos y nos renovamos, si es que la renovación no es Rajoy). Zumo de Rivera por creerse lo del millón de amigos. El primero que te jalea es el que te quiere ver muerto. Nada debilita más que un halago. Pero eso se aprende con la edad.