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Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

SERGIO PEREZ | reuters

03 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La despedida más hermosa la fotografió un aprendiz en la falda del Empire State cuando avanzaba 1947. Fue la de Evelyn Frances McHale, una contable joven y hermosa que minutos antes de morir se arrojó al vacío desde la planta 83 y cayó sobre una limusina de Naciones Unidas. Evelyn estaba a punto de casarse y su vida era plácida y previsible lo que convirtió su suicidio en un enigma que habría sido uno más si la muerte y el azar no le hubiesen concedido un indeseado premio de posteridad: murió sobre la berlina de la ONU con un gesto apacible contradictorio con el desaliño borroso con el que se nos presenta la muerte, un ademán tan bello que al día siguiente la revista Life lo publicó a toda página con el título «The most beautiful suicide». La peripecia postmortem de Evelyn prueba que nadie controla del todo sus despedidas y que el último gesto de tu vida puede llevarte a la portada de Life aunque tus planes fueran disolverte en el cielo de Manhattan sin que nadie más, nunca, volviese a hablar de ti. O al revés. Rajoy ha tenido treinta años de coche oficial para programar su despedida y seguro que ninguno de sus planes incluía abandonar la Moncloa de noche, con la cena del sábado en la nevera y la cama aguardándole con su silueta de anatomía aún caliente. Su salida ha sido una de esas muertes súbitas que solo se pueden encajar en el reservado de un restaurante bebiendo whisky.

Evelyn no podía saber cómo iba a caer su cuerpo en el asfalto igual que Rajoy no podía intuir que sus últimos minutos como presidente iban a ser suplantado por un bolso de piel de Loewe que heredó el gesto impasible marca de la casa. En ese bolso hay muchas más metáforas de las que nos podemos permitir. Y en la abrupta despedida de Rajoy la suposición de que, como en el caso de Evelyn, su despedida fue en realidad un inesperado suicidio.