Lo de Cuba

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

02 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Había una mínima expectación, pero ya no hay ninguna. La llegada de Miguel Díaz-Canel a la cima política cubana ya no significa absolutamente nada, puesto que Raúl Castro sigue al frente del partido y del Ejército. Y punto. Cualquier elucubración sobre cambios o avances democráticos implica confundir la realidad con los deseos, y el régimen castrista cubano no está para estos ejercicios político-espirituales. Es decir, ni los soporta ni los consiente. Porque el objetivo no son los cambios, sino la permanencia. 

Es revelador, por otra parte, que el venezolano Nicolás Maduro haya sido el primero en acudir al Palacio de la Revolución de La Habana y declarar su fervor por el nuevo dirigente y el sistema que lo ha colocado formalmente en lo alto, aunque no tan alto -insisto- como a Raúl Castro. Porque ni siquiera en este aspecto se ha permitido que se vislumbre ningún cambio, ni siquiera la esperanza de una lenta evolución. Nada.

Pero lo sucedido -no nos engañemos- no ha sido una sorpresa para nadie. Porque, para sobrevivir, el castrismo tiene que heredarse a sí mismo, es decir, prolongarse en el tiempo, sin concesiones. Hasta que un día suceda que ya no haya nada que prolongar, porque todo vaya perdiendo su fraudulento sentido mítico-político.

Entonces Cuba volverá al seno de las naciones americanas, con un sistema democrático más o menos perfecto. Y el castrismo retrocederá en la memoria de todos, porque Fidel Castro cometió en su día el error de desarrollar una dictadura comunista, en vez de crear un sistema de libertades. «¡Se lo impidió Estados Unidos!», gritarán algunos, con su parte de la razón. Pero lo cierto es que el castrismo ha sido un fracaso, antes con Fidel y ahora sin él. Y la pregunta es cómo lograrán salir los cubanos de esa antigualla dictatorial, para incorporarse al progreso democrático. Tal vez ya somos mayoría los que creemos que el buen camino se irá abriendo poco a poco, sin tardar.

Entonces podré evocar aquí una amarga cena con el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante, en un curso de la Universidad Complutense en El Escorial. Imposible olvidar sus palabras cuando paladeaba la infinita tristeza de su exilio forzoso, que terminó con su vida en Londres hace ya trece años.